Tuvo un nacimiento difícil

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Mundos íntimos. Desde chica, sentí que la muerte me perseguía. ¿Será por una historia familiar llena de peligros y adioses?

Con temor. Y con una extraña sensación de verse cercada por el fin. Así se intuyó la autora durante mucho tiempo hasta que elaboró el pasado y empezó a estar menos pendiente de lo que un día igual va a pasar.

Influencia. Cuando Soledad Vignolo Mansur era chica, una vecina le dijo que la gente no moría porque Cristo la salvaba. Luego la vecina murió y ella no entendió

Nací de padres jóvenes casados con el apuro de la muerte, mi abuelo Félix Vignolo padecía cáncer. Murió antes de tiempo y originó mi primer miedo. ¿Y si papá se moría joven como el abuelo? No le alcanzó a Félix emigrar en pantalón corto de Serralunga de Alba, ni la lucha ferroviaria; tuvo tres hijos, pero su mujer enfermó tras un parto y resignó todo para criarlos. Con esa abuela paterna, Aldina, comprendí otras formas de morir: ella tenía la mente atravesada de pasado y envejeció con demencia. Mi madre, en cambio, hablaba de Félix como si fuera un santo.SEGUÍ LEYENDO

Llegará, pero el tiempo no debe pasar en vano

SOCIEDAD

El 1 de julio de 1974, mamá festejaba en la vereda el deceso del general Perón -mamá era capaz de festejar muertes- mientras se incendiaba una estufa a kerosene en casa. En el cuarto con flores rosas estaba yo, volando de fiebre y ahogándome. No podía respirar, el aire me quemaba y por primera vez olfateé la muerte. Su negro perfume calentaría para siempre en mí. Esa vez, el vecino vio el humo y tuve mi salvación. Desde entonces, la muerte y el humo me aterran, me sofocan tanto que cuando eligen Papa y veo humo blanco siento que Dios se ahoga conmigo.

Sonrisas. En la foto blanco y negro, Soledad Vignolo Mansur (der.) con su mamá y sus hermanos. Había momentos felices pero siempre surgían temas vinculados a la muerte.

Sonrisas. En la foto blanco y negro, Soledad Vignolo Mansur (der.) con su mamá y sus hermanos. Había momentos felices pero siempre surgían temas vinculados a la muerte.

La muerte como estandarte tuvo varias historias de sobremesa que nunca olvidaría: “Naciste con tres vueltas de cordón, casi te morís”, decía mamá sobre mi parto. “A tu hermano lo salvé yo que llamé al doctor Quattordio, estaba piel y hueso”, contaba tía Coca. “Cuando murió mi padre, me quedé sin leche, me morí con él, por eso tu hermana lloraba”, decía mamá sobre el fallecimiento del abuelo Constantino. La muerte era inmensa, terrible, indiscutida.

A los nueve me llegó la palabra sagrada en la voz de Doña María Becerra, abuela de amigos entrañables que vivía frente a mi casa de Coronel Suárez 330. Ella me hablaba de Dios, decía que no moríamos porque Cristo nos salvaba, asistí al rosario cada tarde tomada de su mano y ese rezo compartido continuó hasta ser yo quien la llevara del brazo, manteniéndonos vivas y llenas de cuentas con olor a rosas vaticanas. Doña María murió y yo, que no pude creer su muerte, quise que Cristo la salvara; Cristo debía salvarla a mi pedido porque yo había hecho todo lo que correspondía: comunión, confirmación, noches de rezos arrodillados. Mi familia, una mezcla de razas y de creencias, incluía un cierto ateísmo paterno que no cuajaba.

El miedo y la fascinación por la muerte hacían estragos en mí. Le temía y me atraía, como cuando mataron a Chuli, nuestro gato, que lo abracé tieso mientras lo enterraba en el patio con cruces en ramas, algunas verbenas y collares con chapitas de colores que hacían las veces de rosario y no hubo manera de controlarme buscando al culpable para que me explicara el hecho y, quizá, qué veía en la muerte, qué cosa que yo no.

En la adolescencia, porque a mí el miedo me entró temprano, comencé a latir de más, como si lo inminente acechara y, aunque nadie lo notara, una anticipación extraña me abarcaba, soñaba con muerte, con fuego. Y me despertaba asfixiada.

A esa edad, mi abuela materna, Faride, murió un Día de la Madre. Ella ya no quería vivir, y me puso la muerte en la cara. Llegué a la casa de mi tía donde la velaban, vi el cajón en el centro del cuarto, rodeado de velas eléctricas, como al fondo de una cueva oscura; al acercarme, la postura de mi abuela, el color de su rostro, la deformación de esas facciones, todo me descompensó. Papá me sostuvo, pero temblaban mis piernas, y un íntimo humo mortuorio me atoraba. Quería escapar, de pronto alguien preguntó si estaba bien. Dije sí… sí, estoy bien, pero me hallaba yerta pensando qué espanto… está muerta… qué muerta está… y la imagen quedó en mí. Esa angustia, el terror y la impotencia se repitieron a lo largo de mi vida, frente a otras muertes.

Tres generaciones. Soledad Vignolo Mansur (de celeste), su mamá y su abuela Faride. La madre pidió que la velaran con una boina blanca porque era radical.

Tres generaciones. Soledad Vignolo Mansur (de celeste), su mamá y su abuela Faride. La madre pidió que la velaran con una boina blanca porque era radical.

Comencé entonces a aplicar un intento de solución: evitar todo lo relativo diciendo: me niego a hablar de la muerte… no quiero saber qué hay después… cuando llegue la hora me moriré y punto.

En el 81, mientras estudiaba arquitectura en Buenos Aires, era época de cambios. Un atentado a Juan Pablo II me distrajo del relevamiento de la Plaza Olleros, vivía en un pensionado religioso en Belgrano donde pecado y muerte se asemejaban. El miedo era ya un dardo en mi alma, y todo empeoró en el 82 cuando mis amigos fueron a la guerra, entonces la muerte joven me abrazó.

Dejó en mi piel la sensación perversa de una carta sin respuesta, y los gritos de la madre de Juan cuando murió. No fui a la guerra, pero caminé con sus pies. La extinción nos englobaba a todos en los ochenta: se hablaba de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, conocíamos el monstruo del sida y a la par renacíamos con la primera PC, aullábamos con Michael Jackson y poníamos fin a la dictadura. Todo cambiaba, menos yo, con ese enorme miedo a cuestas, como una lengua filosa que cuestionaba la vida: ¿nacemos para morir?

Había dejado la arquitectura por el diseño gráfico, tal vez buscando la marca que me definiera. En casa, tras la partida de la abuela, mamá decía que teníamos menos aire, por lo cual recuerdo quedarme despierta custodiando su respiración. Luego comenzó a hablarnos de su muerte, tendría cincuenta años. Que quería una boina blanca radical para su funeral, y que era nuestra obligación cumplirlo.

Aunque con mis hermanos nos reímos, años después nos sorprendimos corriendo a comprarla frente a su final. Mamá y sus muertes, las anunciadas y la real, fueron tema de terapia. También llevaba en mi cuerpo el suyo y el temor a la muerte sustantiva, la que percibí en el parto, la que palpité cavernaria mientras todo mi ser temblaba.

En julio de 1992, volvía de Salta con Chacho, mi compadre, su esposa Linda, los dos hijos de ambos y Marcelo, mi amor. Yo estaba embarazada de seis meses. Era un viaje elegido y disfruté las tardes de sol en la Catedral, las empanaditas de la recova, las comidas en Cafayate y la historia colorida de esa provincia precordillerana. Sentada en el asiento trasero con los niños y mi amiga, conversábamos sobre el nombre de mi beba. Llegando a Tucumán, iba delante un camión de carga, el Renault 18 tenía más potencia y Chacho asomó la trompa para pasarlo. Fue un segundo. Se abrió, vi un 505 gris que bajaba veloz, observé la cara desesperada del hombre al volante. Nadie gritó, contuvimos el aliento, mi instinto me hizo agarrar a uno de los chicos y protegerlo. No pensé en mi panza ni en mí. Cerré los ojos, oí frenos y una arrastrada final.

Cuando hubo quietud, miré alrededor. Clavados en el medio de la ruta, los vehículos nos pasaban sin parar. Chacho dijo: nos salvamos. Marcelo giró y susurró ¿estás bien? No respondí. Los chicos lloraban. Bajamos del auto, atónitos. Unos camioneros arrastraron el Renault a la vera del camino y llamaron al peaje. Seguíamos callados. Rajados como el semieje de la rueda derecha que se quebró contra el camión que ignoró nuestra suerte y siguió. Los del peaje buscaban muertos. No había. Pero se había alterado la sensación de vida que mi embarazo me daba. Comprendí otra vez, con horror, que la vida y la muerte estaban muy cerca. El miedo a morir me marcó la frente. La historia quedó como anécdota para superar lo siniestro, sin embargo mi embarazo siguió intacto a pesar del accidente.

Unos años después volví a embarazarme; iba a ser varón, Alejo. Un mediodía de invierno, mamá, que vivía frente a mi casa chorizo alquilada, había cocinado zapallos rellenos de carne y arroz para mí. Marcelo estaba en el campo. Sentada en el living, la pinotea del piso mezclaba su aroma rancio con el de la comida caliente; sonreía plácida, y tras conversar un rato, mamá se retiró, la tarde de otro julio acontecía. De golpe sentí una puntada, las entrañas gritaban y la humedad corriendo por mis piernas definió el riesgo. Esperé estática y silente, no había móviles, recuerdo el abismo conciso que precedía cada palpitación. Cuando llegó Marcelo partimos a la guardia. Mientras me acomodaban en un cuarto comencé a parir a un hijo muerto.

No quise verlo, fue suficiente haberlo olido, pero quería morir con él. Me sanaron en el quirófano del antiguo Sanatorio Junior y me alegró despertar viva. La pérdida anidó en mi mente más que en mi cuerpo, que curó rápido y joven para volver a crear y darme un nuevo hijo, Nicolás, sinónimo de plegaria, de luz y de profundo amor.

El miedo a la muerte caminaba en mí como si desde un infierno procrastinado me persiguiera esa incomodidad con la vida, fue entonces que comencé a padecer un severo trastorno de ansiedad. Lo llamaban estrés, aunque yo sabía que era angustia, porque la muerte andaba buscándome y la enfrentaría. Me acosaba la finitud, ese pánico.

En 2013 asistí a mi primera Feria del Libro como escritora. Ya no estaba bien. El recelo hacía que evitara las visitas al médico y un tumor ginecológico se había vuelto una bola de miedo palpitante. Con palidez extrema encaré el subsuelo del estacionamiento de la Rural; las columnas se me venían encima, los techos resultaban bajísimos, todo costaba; Pilar, mi hija, sostenía mis estremecimientos. Marcelo esperaba.

A duras penas logré asistir a la firma de ejemplares y en menos de una hora huí. Todo el tiempo me sentí morir. Al día siguiente tuve consultas clínicas, y dudaba entre médicos hegemónicos o del interior. Tras unos meses, en uno de esos días de julio que definen mi vida, estaba en casa aterrada por las pérdidas y decidí manejar mareada hasta el sanatorio. No me dejaron volver. Sin glóbulos rojos ni hemoglobina, el médico literalmente me dijo: no son valores de una persona viva. Esa frase aún retumba.

Me operaron tras quince transfusiones y desperté en terapia intensiva. Cuando vi a mis hijos les hablé de amor, pero rumiaba muerte. Ese borde fue un hito, pude encontrar nuevos favores para superar aprensiones, pero tengo inscripto el hecho de que vine con muerte a este mundo. Y sé que creé dos vidas y una muerte. Las mañas destructivas y las de supervivencia me hicieron comprender la vida con intensidad, pero no quitaron ese temblor que habita mi cuerpo desde niña. Es como un vacío trascendental que quema, como aquel fuego de efeméride peronista.

Tal vez por todo esto, cuando mamá murió organicé su cortejo, cumplí sus deseos y, junto a mis hermanos, la despedimos en privado.

Todo en el velatorio funcionó, pero no estuve allí. Pasé noche y día frente a la puerta de la sala mortuoria… en mi chata. Oí a mi hermana decir a la tía: dejala, está mejor ahí. Tampoco asistí a su entierro. Es probable que alguna culpa haya quedado colgada de su suspiro final.

En este 2020 la muerte me paralizó todos los días de la semana. La gente muere. Como siempre. Pero ahora la contamos. Contabilizamos la muerte. Y es difícil cuando en un período de cuarentena los miedos se concretan, le pasa a iguales y mueren con ellos recuerdos queridos. No estaban en el accidente de 1992, no sufrieron mi parto mortal, ni me abrazaron en mis pérdidas. ¿Qué hago con sus muertes? ¿Cómo las comprendo sin dejar que pase el temblor? Me controlo las pulsaciones, la tensión arterial, la oxigenación, los síntomas probables como si alcanzara con la certeza de lo evidente. Nos vamos a morir. Pero con estas muertes cotidianas supe que la mía no sería aciaga.

Hará un mes corté geranios del jardín, compré otra boina blanca y atravesé las rejas del Cementerio Parque. Al fondo, después de las abelias, está el nombre de mamá en letras negras sobre granito, me recosté en la hierba húmeda, dejé la boina sobre la letra C de Catalina, Catalina Mansur, y por primera vez desde el 7 de Julio de 2011, cuando murió, sentí paz. Los perros guachos se llevarán la boina, y el parquero de mañana tusará los geranios con el verde, pero bastante quedará en el aire. Y gracias a Dios, diría doña María, no será muerte.
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Soledad Vignolo Mansur es escritora y gestora cultural. Vive en Junín, Buenos Aires, lleva treinta años con el mismo amor y es madre de dos hijos. Escribe y lee desde los doce, cuando se dio cuenta que la vida se podía contar. Aunque tiene miedos rompe todas las barreras que puede, en especial las que se crea. Admira a Roberto Bolaño y a Alice Munro,. Trabaja su estilo a diario porque se considera en construcción. Publicó tres libros, “Ángulos”, la novela “Sandalias Santas” con la que participó de la Feria Internacional del Libro de Miami 2018 y “Una más Una” presentada en la Feria del Libro de Buenos Aires. Tuvo premios nacionales de cuento y poesía. Coordina talleres literarios en la Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires y Bibliotecas. Participa de clubes de lectura, es conferencista y disfruta de promover encuentros literarios en escuelas. Siente que el campo y el mar la comprenden, y la moran; sueña todo el tiempo, aunque asegura que se queda corta.

La pandemia y las identidades culturales

El mundo global, líquido y en movimiento que teníamos se vio súbitamente interrumpido por un enemigo externo. La amenaza que nos confina y nos vuelve uno, ha tomado todo el protagonismo y logró que la contabilización continua de nuestra salud y nuestras muertes tomen la opinión pública y la acción política. Para poder construir una idea comprensible de lo que nos está pasando todo el día esperamos los datos finales, la opinión de científicos, pareciera que estamos en una especie de una vuelta al conocimiento.

Pero no tenemos en cuenta que la objetividad de estos datos puede estar como mínimo interferida, por no decir modificada por procesos de construcción de identidad que pueden ser tan globalizados como el mundo que sacudió la pandemia, y que esas identidades que estamos construyendo hoy tendrán relevancias importantes en lo político, social y económico.

Para pensar en las estrategias y sus consecuencias, es necesario tener en cuenta algunos datos que hacen a un itinerario científico: El 27 de diciembre de 2019 el Departamento de Neumología del Hospital Provincial de Hubei, comunicó a las autoridades sanitarias chinas que se había detectado un clúster de enfermos con neumonía atípica de origen desconocido. Tres días después, se notificó a la oficina local de la Organización Mundial de la Salud que el día 5 de enero lanzó una alerta internacional.

Actividad científica
Ahí, en ese momento se dispara una actividad científica basada en el método científico: identificar regularidades en los fenómenos de forma tal que se puedan prever los resultados que sucederán a determinadas acciones. Los logros en el plazo de pocos meses han sido impresionantes. En diez días el virus fue aislado y su genoma secuenciado.

Se han descrito en detalle mecanismos fisiopatológicos, manifestaciones clínicas, comorbilidades, mediadores, factores predictores y pautas terapéuticas. Al mismo tiempo, están en marcha diversos proyectos de vacuna. Los datos y su distribución a través de las mejores revistas científicas han generado en tiempo récord un conocimiento aplicado que está salvando muchas vidas.

Otro tema es el itinerario público de esos mismos datos y logros, donde los intereses territoriales y políticos llevan a países, mercados y regiones a una lucha de poder en el medio de la cual se halla una ciudadanía ávida de respuestas.
La fuerte relación causa-efecto que permite la investigación biomédica básica se cae a pedazos cuando entran en juego las ciencias sociales. La epidemiologia y la gestión de la salud pública deben comprender en la ecuación, cuestiones de comportamiento humano, decisiones políticas, y rasgos cultuales o identidades que llevan a que la acción que pudo ser factible en una región no lo sea en otra.

Datos científicos
El recorrido de los datos científicos sobre el COVID-19 en el espacio público es una cuestión diferente. Plataformas nacionales e internacionales ofrecen datos por país, región, comunidad o ciudad que cambian minuto y a minuto y dan la impresión de una enorme transparencia de la información, que supuestamente está al alcance de todos. Pero, cuando se intenta investigar de forma concreta de cómo las instituciones los producen, todo se vuelve esmerilado.

Los datos siguen diversas definiciones y estrategias de testeo. Algunas instituciones no responden con precisión determinadas preguntas. Y todo esto nos sugiere que, tras lo que parecen datos objetivos y hechos con valor científico, se esconden batallas y estrategias culturales con importantes implicaciones políticas y económicas.

Lo anteriormente expuesto apunta a que la gestión de la crisis pandémica mundial por COVID-19 está teniendo una tremenda capacidad de asignación simbólica en términos de construcción de identidad nacional, en cada país que afecta.
Por ejemplo, la reacción inicial de China ante las primeras señales del brote fue ocultarlo. Los dos médicos que levantaron las primeras sospechas fueron censurados. Ya en 2002 ocultó el SARS durante tres meses a la OMS. Un nuevo brote desacreditaría su imagen de nación moderna; reforzaría la idea de China como fuente de potenciales pandemias futuras por zoonosis debido a la persistencia de tradiciones culturales ancestrales que motivan el comercio de animales salvajes vivos en mercados de dudosa higiene y nula supervisión.

Pero la China de 2020 no es la de hace dieciocho años. China compite hoy con Estados Unidos por la hegemonía del mundo, apunta a ser la primera potencia mundial. La lucha contra la epidemia toma un valor simbólico relevante. Quiere mostrar su capacidad tecnológica y científica junto a una política de transparencia y cooperación internacional. Entonces tomó el control férreo de la población, puso a disposición de la OMS toda la información disponible y equipos científicos comenzaron una carrera contra el tiempo para producir una vacuna y la mayor parte del conocimiento que hoy tenemos sobre el COVID-19, y que está ocupando las portadas de las publicaciones científicas más reconocidas, curiosamente casi todas de ellas de Estados Unidos.

Y así, en pocos meses un país con 1.400 millones de personas ha doblegado la epidemia. Pudiendo volver a su actividad económica y productiva, mostrar ante el mundo su eficacia y ser bueno ante Occidente como el gran proveedor de recursos que nos socorre y ayuda.

En Europa por otro lado hay una gran división norte-sur, que viene desde la gran recesión, donde la fuerte identidad alemana que se extiende a los países nórdicos se contrapone a la Europa sureña desenfrenada y poco predecible.

En el marco de la pandemia por COVID-19, habría que cuestionar en qué medida los países han sido conscientes del impacto que en términos de imagen podrían producir sus datos y si han o no, acomodado sus metodologías para no resultar penalizados por ellos. Al principio de la crisis, la disonancia entre los datos de unos países y otros provocaba cierta extrañeza, sin embargo, no se reflejaba en la información. A medida que se han ido conociendo los efectos devastadores que tendrá la pandemia en las economías y el empleo de los distintos países, y se han endurecido las negociaciones sobre el plan de choque europeo, se ha ido prestando atención a la calidad y no a la cantidad de los datos.

Dificultad
Hay una evidente dificultad, que tal vez parta de lineamientos de la OMS, sobre qué y cómo se están construyendo los indicadores por países. Es posible advertir que los datos ofrecidos de cada país dependen de las “definiciones aplicadas y las estratégicas de testeo de cada uno de ellos”, pero a nadie le preocupa homogeneizarlas. El número de pruebas realizadas, los criterios de conteo de casos positivos (mediante criterios clínicos o con test positivo) y qué muertes se asignan al COVID-19 se diferencian en los principales indicadores que se están utilizando: grado de extensión de la enfermedad y tasa de mortalidad.

Algunos países solo registran las muertes que tienen lugar en el ámbito hospitalario –al menos Francia y Alemania– con lo cual las muertes en residencias de mayores (una de las poblaciones con mayor mortalidad) quedarían fuera del recuento. Existen dudas sobre la forma en la que se están asignando las causas de muerte en personas con patologías previas. En Alemania incluyen tanto a las personas que han muerto por el virus como a las personas infectadas y con problemas de salud subyacentes, donde no se ha podido determinar la causa precisa de la muerte”. Tampoco se realizan test post mortem a las personas fallecidas en las que se sospecha infección por coronavirus.

¿Y en américa? No nos diferenciamos mucho, tenemos nuestras propias cuestiones idealizadas de un Norte maligno y capitalista y un sur populista que lucha contra una pandemia con ideales.

Argentina, tiene graves problemas de testeo, aunque aplicó una política exitosa de confinamiento inicial, se realizan test post mortem de casos sospechosos, como si tuviéramos test en cantidad, pero el personal sanitario se ve descuidado en testeo y en equipamiento. No es alocado pensar que Argentina ha asumido un confinamiento estricto y de primera mano, para reforzar frente a terceros su imagen de país serio y con altos estándares de salud, aunque la estrategia se le puede estar volviendo en su contra.

Empieza a resultar evidente que las cifras disponibles hasta ahora están siendo utilizadas por los países sur para apuntalar los clichés de una América del Norte indolente que prefiere el capital económico al humano. Todas estas cuestiones, en regiones diferentes del mundo tienen un mismo fin político, y una misma intención de construcción de identidades.
Seguramente, futuros análisis retrospectivos de las series de datos originales, con sus respectivas definiciones y criterios de notificación, darán cuenta de la dimensión exacta de la pandemia en cada país. Pero será demasiado tarde.

Lo que está hoy en pantalla de la imagen pública y lo que quedará en la memoria serán esas cifras gruesas que sitúan a Italia y España –de nuevo los países del sur– como los dos con peores cifras de extensión y mortalidad de la enfermedad en Europa, y a Estados Unidos y Brasil como los caóticos países americanos que pusieron en riesgo a su población.

Estos sesgos culturales identitarios que sostienen la imagen y la reputación de países son difíciles de desarticular o modificar. Ya sea en un sentido positivo como negativo.

Ejemplos
Como uno solo de muchos ejemplos y porque hace al tema, hace tiempo que se sabe que la última gran pandemia de 1918, que recibió el nombre de Gripe Española y mató a 50 millones de personas en el mundo, no surgió en España. Investigaciones recientes apuntan un probable origen chino llegado a Europa debido a la movilización de casi 100.000 trabajadores chinos para apoyar en la retaguardia de las líneas inglesa y francesa de la I Guerra Mundial. Sin embargo, ni tan siquiera un siglo ha servido para borrar la vinculación española.

En nuestro país, estamos profundizando diferencias y creando una crisis económica sin precedentes. ¿Podría Argentina haber evitado esta situación o jugado mejor sus cartas? Tal vez podría haber forzado desde el comienzo de la crisis el establecimiento de criterios comunes a salud y producción o economía y no abocarse de lleno al confinamiento sin test. Pero la historia nos dirá que resultado es el mejor. La perspectiva futura establecerá cual fue la verdad sobre ésta terrible pandemia. Nuevos paradigmas surgirán, muchas pantallas caerán, otras lograrán sostenerse a costa de mensajes épicos y de ignorancia, Pero los gestores de cultura nos vemos en la obligación moral de cuestionar la manipulación de la identidad.

Antes que sea demasiado tarde.

Soledad Vignolo y el mal momento de los escritores

Más allá de seguir con la producción literaria desde los hogares, la actividad de los escritores está literalmente parada. No pueden dar charlas, talleres ni promocionar libros.

La escritora local Soledad Vignolo contó que no la están pasando bien y dijo que “nos estamos muriendo de hambre. De tener cuatro trabajos, pasé a no tener ninguno. El dictado de los talleres de extensión está cerrado porque no hay posibilidad de cercanía. Intenté con los talleres virtuales, donde tengo unos pocos alumnos, pero la realidad es que la gente no tiene dinero. Además, virtualmente es difícil transmitir muchas cuestiones que tienen que ver con la emoción, que con eso tiene que ver la escritura”.

“Estos son momentos de mucha introspección y producción, terminé una novela y comencé con otra, estoy haciendo cursos. El gobierno está ofreciendo muchas plataformas de capacitación gratuitas pero con eso no podemos comer, porque desde SADE conozco la realidad de los escritores locales y zonales. Están en situaciones lamentables y somos casi todos monotributistas que no estamos contemplados en ninguna ayuda. Nadie habla de los escritores y formamos parte del grupo de artistas”, expresó.

Editores
Sobre las editoriales, puntualizó que “tampoco están trabajando, toda la industria está parada. Hubo una feria del libro de editoriales independientes on line que fue promocionada y la gente la visitó, pero lo único que hizo fue oír las charlas o participar de algún taller, no hubo ventas. No hay dinero y lo último que a uno se le ocurre comprar es un libro”.

Diario de cuarentena: Salud Mental

¿Cómo va el confinamiento?, ¿sos de los priveligiados que tienen una vida casi normal con barbijo, o te toca el arte del aburrimiento y el encierro como a mí? Me parece interesante esto de las inequidades, es casi como una continuidad de las castas, pero aceptadas por todos.

Una supuesta casta de sabios, que nos cuidan y protegen y se encargan de nuestra salud, una casta comercial que elige que sólo consumamos comida y medicamentos. Otra casta empresarial que se aboco a los tapabocas con mayor o menor grado tecnológico o si no muere, y los comunes. Hay otras en el medio, como los educadores, que en general luchan contra una tecnología para la que no estaban preparados.

Los comunes, aquellos que de vivir en libertad pasamos al encierro y al miedo. Los que nos quedamos sin la posibilidad de trabajar, los que cercenamos nuestras mentes para no morir. En este universo de la posverdad se olvidan de la salud mental. Y de eso quiero hablar hoy, ¿cómo la llevás?

Porque la mente, la salud de nuestra mente, es fundamental para tener defensas, para estar íntegros, para ser dignos, para luchar contra aquello que pretenda dañarnos. Pero también, si está debilitada, nuestra mente nos enferma, nos transforma en sometidos, nos aísla, nos aterra y nos traiciona.

¿Cómo cuidar nuestra salud mental? porque en una época donde supuestamente nos quieren cuidar, está terriblemente abandonada. Por eso te invito a que la cuides vos, con lo que quieras, gimnasia, yoga, terapia online, un diario, oración. Lo que te sirva, porque la salud mental es nuestra mayor defensa, es la que nos provee la posibilidad de pensamiento crítico y la que no podemos dejar que la afecte el virus de la impunidad. Expresemos lo que sentimos, lo que pensamos, lo que somos, a pesar del miedo, del control y de la crítica, cierro con una frase que me parece pertinente de Sigmund Freud: Las emociones no expresadas nunca mueren. Son enterradas vivas y salen más tarde de peores formas.

Diario de Cuarentena: Carne

Mi casa parece un espacio para congelar carne, claro que la carne somos nosotros. Antes de la cuarentena, estábamos modificando cuestiones que hacen a nuevas regulaciones de gas. Pero decretaron la cuarentena, y aquí quedamos mi casa y yo esperando la reapertura de los organismos oficiales muertos de frío. Achis!

Por las mañana tiendo a leer los diarios, todos los que puedo, incluso los locales, para tener un panorama informativo local, regional y mundial. Y lo que leo es como mínimo, devastador. Cuánta tristeza ver la humanidad sin una mínima conciencia de su propia construcción, política, social, humana.

Una vez convencida de que no voy a poder cambiar todo esto, (es que por las mañanas a veces me levanto todopoderosa hasta que la vida me cachetea sola), comienzo a planificar mi día, y me doy cuenta que tengo dos zoom maravillosos por la tarde y que debo terminar una novela, y que la clase con Betina González es la última. Y entonces me gusto un poco yo, y la humanidad que habito.

Al fin de cuentas, somos los que la conformamos, y si lográramos mejorarnos en lo mínimo cada uno, toda la carne que habita el planeta dejaría de ser monstruosa y fagocitante y podría ser finalmente, enriquecedora y productiva. Es cuestión de aprender.

¿Vos planeaste algún aprendizaje para hoy? te dejo un poema de Sylvia Plath

Una vida

Tócala: no se encogerá como pupila
esta rareza oviforme, clara como una lágrima.
He aquí ayer, el año pasado: palmiforme lanza,
azucena, como flora distinta
de un tapiz en la quieta urdimbre vasta.

Toca este vaso con los dedos: sonará
como campana china al mínimo temblor del aire
aunque nadie lo note o se anime a contestar.
Los indígenas, como el corcho graves,<<<<

A sus pies las olas, en fila india,
no reventando nunca de irritación, se inclinan:
en el aire se atascan,
frenan, caracolean como caballos en plaza de armas.
Las nubes enarboladas y orondas, encima.

Como almohadones victorianos. Esta familia
de rostros habituales, a un coleccionista,
por auténtica, como porcelana buena, gustaría.

En otros lugares el paisaje es más franco.
Las luces mueren súbitas, cegadoramente.

Una mujer arrastra, circular, su sombra, de un calvo
platillo de hospital en torno, parece
la luna o una cuartilla de papel intacto.
Se diría que ha sufrido una particular guerra relámpago.
Vive silente.

Y sin vínculos, cual feto en frasco, la casa
anticuada, el mar, plano como una postal,
que una dimensión de más le impide penetrar.
Dolor y cólera neutralizadas,
ahora dejad la en paz.

El porvenir es una gaviota gris, charla
con voz felina de adioses, partida.
Edad y miedo, como enfermeras, la cuidan,
y un ahogado, quejándose del frío, se agazapa
saliendo a la orilla.

Leer en cuarentena: De Ingenieros a Cabezón Cámara

El confinamiento al que nos somete el virus también otorga oportunidades, pequeñas, aunque placenteras. La lectura es una de ellas. El encuentro con los clásicos es bienvenido, para releer las bondades de lo tradicional, y así redescubrir autores. Este es el caso de José Ingenieros (1877-1925) escritor, filósofo y médico egresado de la Universidad de Buenos Aires con estudios en Paris, Ginebra y Heidelberg.

Premiado en 1903 por la Academia Nacional de Medicina por su libro Simulación de la locura. En El Hombre Mediocre, Ingenieros define la mediocridad en varios pasajes de su obra como “el hábito de renunciar a pensar”, “llaman hereje a quienes buscan una verdad” (sin comprender que como señaló Shakespeare “El hereje no es el que arde en la hoguera, sino el que la enciende”), “sus ojos no saben distinguir la luz de la sombra”, “la originalidad les produce escalofríos”, “pronuncia palabras insustanciales”, “el esclavo o el siervo siguen existiendo por temperamento o por falta de carácter.

No son propiedad de sus amos, pero buscan la tutela ajena”, “incapaces de elevarse de la condición de animales de rebaño”, “rechazan la aristocracia del mérito”, “creen que el buen humor compromete la respetuosidad” y “su pasión es la envidia”. Estas definiciones que van desde el humor, dejando constancia que seriedad no necesariamente es pomposidad, hasta el acento final en la envidia, que, a mi humilde entender personal, se parece mucho a la horizontalidad; esa cuestión de igualarnos en una línea infinita donde todos debemos tener lo mismo, como si el mérito o el talento fueran cuestiones ominosas.

Se vislumbra en la obra de Ingenieros la importancia de la libertad de pensamiento, considerando que la mediocridad tiene lugar cuando nos dejamos influenciar por el medio, perdiendo de vista nuestro propio ideal. Esta lectura lleva a pensar nuevamente en la búsqueda de la perfección evolutiva que da sentido a la vida. En los procesos que los idealistas se permiten desde la fuerza de la juventud a la crítica madura y los mediocres sin evolución funcionando como quienes solo busca pertenecer. Podemos acordar o no con Ingenieros, pero lo que no permite es la indiferencia.

Y en este punto se une a una gran autora contemporánea, cuya novela Las aventuras de la China Iron es finalista del Premio Booker Internacional 2019 debido a que «(…) El jurado del Booker Prize lo definió con precisión: «maravillosa reelaboración feminista y querer de un mito fundacional americano (…) con un lenguaje y una perspectiva tan frescos que cambian 180 grados la idea de lo que una nueva nación americana podría ser”.

Se trata de Gabriela Cabezón Cámara, escritora y periodista argentina. Es considerada de una de las figuras más prominentes de la literatura latinoamericana contemporánea, además de ser una destacada intelectual y activista feminista. “Las aventuras de la China Iron”, es una obra llena de intertextualidades que nos interpela como lectores y que sigue la línea iniciada por Kerouac en los cincuenta, contando un viaje transformador.

Desde el título, “Las aventuras de la China Iron” alude a otra obra literaria. Apenas leemos: “Me llamo China, Josephine Star Iron y Tararira ahora. De entonces conservo sólo, y traducido, el Fierro, que ni siquiera era mío, y el Star, que elegí cuando elegí a Estreya” ya hay algo más vislumbra la certeza de que se refiere a una obra fundacional. Cuando la autora se refiere a “la bestia de Fierro, mi marido” y dice que “se llevaron a la bestia de Fierro como a todos los otros” queda claro para un lector que se precie que hablamos del “Martín Fierro”. Desde ahí debe leerse la novela, para poder vivirla como la aventura que promete.

Cabezón Cámara se pasea en su narrativa por la profusión y el exceso, juega con la cómica popular en su lenguaje con la maestría suficiente para bordear el realismo grotesco de Bajtín sin consecuencias. El aprendizaje de la China Iron, más allá de las nuevas costumbres, lengua y ropas, atraviesa su cuerpo. Liz, la inglesa colorada y culta, la inicia y le abre a un universo inexplorado que es todo nuevo mundo.

Si tomamos a la “Intertextualidad” como “el conjunto de relaciones que un texto literario puede mantener con otros” y que algunas de sus formas son la cita explícita y la alusión implícita, entonces podemos convenir que “Las aventuras de la China Iron”, de Gabriela Cabezón Cámara es una de las grandes novelas intertextuales de los últimos tiempos. Esto se hace evidente con la aparición del mismísimo José Hernández y de su identidad discutida de autor/plagiador de Martín Fierro.

Como El Hombre Mediocre de José Ingenieros, Las aventuras de la China Iron se mueve en un territorio complejo y peligroso: el de proponer una cuestión de identidad. El primero nos invita a pensarnos como mediocres o idealistas, y Cabezón Cámara, se atreve a no temer que otros textos se coman el suyo, haciendo alarde de una voz propia y una originalidad excluyente. “La China Iron” supera con la claridad literaria de su autora a muchos textos conocidos, y dialoga con códigos propios y con los de otros, llevándonos como lectores a nadar en un mundo salvaje y despojado de prejuicios, poético y despiadado, que crea la escritora.

Leer en cuarentena no es tarea sencilla, el miedo impide a veces la concentración y los ruidos familiares promueven distracción, pero estas obras sin ninguna duda merecen el esfuerzo. Parafraseando a Borges, la lectura es una forma de felicidad.

Diario de cuarentena: Desde el jardín

Las hojas tostadas del arce que veo desde el jardín, me causan la melancolía propia de quien tiene años encima. Y que sabe que la suerte siempre fue esquiva y que estamos a merced de una casta que parece que elegimos pero no. Se agitan en naranjas y marrones las ramas sujetas que son una perfecta definición en espejo.

Cómo soportar ya es harina de otro costal. Mi casa, amada y remodelada con esfuerzo, que creo espaciosa , se precipita sobre mi cabeza, los espacios se vuelven más y más monótonos , se empequeñecen y mi patio escueto que otrora consideraba precioso, es casi un jardín de invierno.

Entonces recuerdo, y el recuerdo se hace luz, y flor, se vuelve raíz y simiente, con las espinas propias pero con rosales y margaritas espléndidas. Lilas, abedules y árboles de caramelo me traen a mi memoria una lectura de antaño.

Y viene el anhelo, llamaría a Jerzy Kosinski para que nos consiga un Chance que nos salve, y que nos diga que la vida en sus cuestiones, es tan sencilla como una mente pura, tan limitada y tan perfecta como un jazmín creciendo y tan posible como si la viéramos a diario desde el jardín.

Diario de cuarentena: Tejido

Me gusta mucho cuando llueve y tengo que escribir o leer casi obligada. Porque la lluvia nos deja sin excusas. ¿Te gusta la lluvia? conozco gente a la que la lluvia la deprime, y otra a la que las gotas la inspiran, a mi me obligan a. Entre esos a puedo citar: a escribir, a leer, a soñar, a pensar, a creer, a buscar, a ver cine, no series, cine; a releer, a estudiar, a dormir. Jamás a cocinar ni a limpiar, o a coser o a bordar. En cambio a tejer, puede ser, siempre me gustó el ruido de las agujas y ese cruce de límites que la lana juega con imaginación.

Tejer es una palabra excitante, tiene la libertad para ser corta y tener muchos usos. Tejer de tejido en lana, o tejer historias, o tejer políticas, o tejer maldades. El mundo de hoy está tejiendo el futuro. Y los ochos que se van viendo, son complicados. Las agujas se cruzan y espadean en el choque entre estatismo y libertad, en el medio de ese juego está la república. Los tejidos sociales, en situaciones acuciantes por la enfermedad y el hambre, se agujerean y dejan ver quienes somos.

¿Y vos quién sos? ¿aprovechás estas perforaciones para ver y para mirarte? No es nada fácil. Porque hay que jugársela y tomar partido, punto arroz o jersey, no hay muchas más opciones. La alpaca, el poncho y todo lo demás lo tiramos a la mierda en gobiernos absurdos, que nos llevan a tener que importar todo siendo un país lleno de materia prima y materia humana para exportar. Pero el falso progresismo que genera pobreza e ignorancia siempre teje hilados con linda apariencia y lana de baja calidad. Cada vez me siento más unida a las libertades, que ya no deberían discutirse, y a la república, que ya parece un mito.

En este nuevo hilado que intento tejer en mi historia, confinada entre la lluvia y el corona, busco encontrar el respeto por el punto arroz, que reconozco me cuesta mucho, y la distancia suficiente del jersey para no perder identidad. ¿Vos te pusiste a pensar quién nos teje ésta realidad distópica y para qué?

En un mundo que está promoviendo el estatismo me atrevo cruzar mis agujas y regalar una frase de Bastiat: El Estado es la ficción mediante la cual todos tratamos de vivir a expensas de los demás.

El legado de la cultura española, del colonialismo y la inmigración, permanece hasta la actualidad

Escribe: Soledad Vignolo

Como la mayoría de los inmigrantes que llegaron a Argentina antes del siglo XX eran españoles y debido al hecho de que durante el siglo XX casi la mitad de los inmigrantes que viajaban hacia aquí, eran de origen español, la gran mayoría de la población actual posee ésta ascendencia. Además, desde que Argentina declaró su independencia de España y hasta el día de hoy, españoles criollos de toda Hispanoamérica han emigrado a esta patria en busca de oportunidades económicas y han contribuido al legado español de nuestro país. Junín no es excepción a tal realidad.

Aunque la gran mayoría de los argentinos son de ascendencia española, Argentina y España continúan compartiendo muchos aspectos y elementos culturales como la lengua española, la religión católica y diversas tradiciones culturales. Ciertos argentinos y los emigrantes europeos y de otros países han reducido el peso de la cultura española tras la independencia del país, creando una cultura argentina con elementos propios.

Sin embargo, el legado de la cultural española, del colonialismo y la inmigración, permanece hasta la actualidad. Los españoles constituyen en sí la primera mayor comunidad europea en el Argentina, delante de la italiana y lejos de los alemanes y otras regiones de Europa y Asia. Las cifras son similares en nuestra ciudad. Y como toda cultura que se precie, además de un barrio, el Prado Español, España tiene su plaza.

Se encuentra en el boulevard de la Avenida San Martín situado entre las calles Rivadavia y Belgrano. La circundan las plazas Sesquicentenario, Italia y la plaza Veteranos de Malvinas. Si vamos hacia el sudeste de la plaza España, nos encontramos con la Terminal de Ómnibus, que otrora fuese la estación de trenes.
Desde 1880, por el lugar donde hoy está la Avenida San Martín corrían vías, las mismas que acercaron los inmigrantes a nuestra ciudad. Las vías terminaban donde hoy están los Colegios Nacional y Normal. Cuando se unificaron los ferrocarriles, comenzó la construcción de la Avenida San Martín loteando sus terrenos circundantes. Al lotearse los terrenos a ambos lados, la reglamentación establecía construcciones de dos pisos con jardines al frente, por lo que las viviendas son chalés tipo cottage francés o casas tipo inglesas, que otorgan a todas las zonas un encanto particular.

En 1950 se inauguró la avenida, que en el tramo que va desde Almafuerte hasta Sáenz Peña incluyó una serie de plazas en homenaje a las principales colectividades que llegaron a Junín. Una de ellas es la Plaza España. Hasta aquí un pequeño resumen histórico fundacional. Pero, España no es para los argentinos un país más.

Con España nos unen lazos que van desde aquello para agradecerles a lo otro contra lo que nos rebelamos. Y en un ida y vuelta profundo, nuestra madre patria nos sigue enseñando. Hoy la vemos destrozada por el azote de la pandemia, y aprendemos de ella, como lo hemos hecho antes.

Porque la libertad es aprendizaje. España formó gran parte de la población argentina, y hacia España huyeron en nuestros tiempos oscuros, la esencia de esos inmigrantes está aún en nuestras calles, y ésta plaza que la honra, con su patio andaluz en el centro, con una fuente realizada en mayólicas, es un homenaje sencillo para todo lo que su sangre representa en la nuestra, muchos de nosotros tenemos raíz española, o nos enamoramos de alguien que la tiene, o nuestro mejor amigo es un García, López, Rodríguez. En nuestra ciudad la plaza España, es testigo de actos que la Sociedad Española realiza, de jóvenes charlas con ritmo de trap, de sueños ancestrales cumplidos.

Plaza España es parte de nuestra comunidad, como el país que nombra en la historia inmigratoria nacional. Hoy nos duele España. Y está bien que duela. Porque las raíces son eso, lazos que permanecen, aunque los tiempos cambien, y nos sostienen en una constante alianza de apoyo y afecto mutuo. Todo pasará, como siempre que la peste nos alcanza socialmente, pero nunca se quebrará la unión entre nuestros pueblos, que en Junín tiene nombre de plaza.

Diario de Cuarentena

Un viernes que nos llama a recuperar la pasión, esa que perdimos cuando convertimos nuestra sociedad en ésta.¿ Vos te preguntas qué hice mal? ¿cómo pude haber llegado acá? O te borrás y hacés de cuenta que es culpa de otros.

Porque al fin de cuentas, estamos todos en el mismo barro. Pisoteados. Este viernes me propuse tratar de tomar menos mate, y ya fallé, comenzar la dieta, y estoy pensando en hacer una paella. Cuestionar mis propios procesos, y aquí me ves, justificándolos. Con pocas certezas, y con la mente bastante calma para la locura que corre hoy día, puedo tomarme el tiempo de hidratar mis manos, que de tanto lavarlas se están agrietando. Y de toser sin sentirme tísica. Que no es poco.

¿Cómo la llevás vos? ¿ya tenés menos piel de tanto refregar la casa con lavandina? Parece que en 2020 descubrimos que la higiene es importante. Siempre lo fue. Las paradojas de los políticos, que ahora nos exigen manos limpias. Tal vez, como reza Lope de Vega, habría que tenerlos seguros con tres clavos. Les dejo un soneto para poner poesía a tanta burguesía consumada.

¡Cuántas veces, Señor, me habéis llamado,
y cuántas con vergüenza he respondido,
desnudo como Adán, aunque vestido
de las hojas del árbol del pecado!

Seguí mil veces vuestro pie sagrado,
fácil de asir, en una cruz asido,
y atrás volví otras tantas, atrevido,
al mismo precio en que me habéis comprado.

Besos de paz os di para ofenderos,
pero si fugitivos de su dueño
hierran cuando los hallan los esclavos,

hoy que vuelvo con lágrimas a veros,
clavadme vos a vos en vuestro leño,
y tendréisme seguro con tres clavos.

Diario de cuarentena: hermano sol

Hoy no es un jueves cualquiera. es Jueves Santo, y entre el santo crisma y la introducción al triduo pascual, para mi vida lo importantes es que hoy nació mi hermano. Que no se parece a Jesús, pero tal vez sea tan amado como él. Y que al mundo le regaló su sonrisa y los tres soles que procreó.

Cuantas cuestiones personales superan lo divino en nuestras vidas, Y creo que dios, el mío al menos, lo aprobaría. Porque está lleno el mundo de gente que nos bendice y nos hace maldades a la vez. O que prodiga sonrisa al prójimo y lastima a su propio hijo.

Siempre supe que la religión es una cuestión peliaguda, Porque permite la ironía y la mentira, en cambio la Fe, ahí sí que me prendo, la Fe moviliza, propone, cuestiona, nos convierte en seres vertebrados por ella. La Fe es como la nafta del cuerpo. Y en éste momento mundial en particular, cuando nos quedamos sin aliento. la Fe puede ser respirador para muchos.

Propongo un ejercicio en jueves Santo, rezá por otro, no lo hagas por vos y los tuyos, tratá de orar por aquel que te caiga mal, el que pienses que no vale la pena. Mientras me tomo el mate supongo que el menos trago también la está pasando mal y rezo por él, por su familia, sus amigos, por aquellos que lo lastimaron tanto que lo transformaron en un ser que me resulta deleznable. Termino el mate y me siento bien.

Volviendo a mi hermano, que puede ser el tuyo, te cuento que mi vida no sería igual sin él. Me ha hecho crecer de tantas formas. Hay mucha vida entre nosotros, más de cincuenta años, y desde jugar a la pelota, criar pollos, compartir hijos, tomar champagne hasta pelearnos a muerte, todo lo transitamos juntos. La pérdida de una madre y el disfrute cotidiano de un padre. La sonrisa y el llanto. Los hermanos vienen al mundo para enseñar a compartir. Y ahí estás vos, magnífico, inteligente, único. Feliz vida, felices pascuas, Y vos que amás el sol, sos luz de muchos. Brillá hermano, le doy gracias a la vida por tenerte.

Capaz que ahí está la cuestión, dejar el ego en el cajón, y alabar al otro. Me parece una buena manera de transitar la cuaresma.

No hay política sin cuerpo, ni sociedad sin virus

Estamos en una revolución. Entre viejos y nuevos paradigmas. Entre el miedo y el poder. Con cuestiones de interés nacional e internacional, que nos impiden ver el complejo bosque de la humanidad.
Foucault, que padeció y murió en una epidemia, describió la transición desde una “sociedad soberana” hacia una “sociedad disciplinaria” como el pasaje que realizaba una comunidad, para que la soberanía signada por el derecho a decidir la ceremonia de la muerte, virara hacia una sociedad cuya independencia se defina por cómo gestiona y maximiza la vida.

Entonces entendía que los gobiernos utilizaban una forma de poder espacializado, que se extendía en la totalidad del territorio, hasta penetrar en el cuerpo individual, somatizando en él la política reinante.
Cabría preguntarnos que tipo de sociedad estamos siendo, para que el síntoma sea este virus, que nos deja sin inmunidad posible, nos sostiene en el encierro y en una nueva guerra biomédica, que nos tortura al punto de no exonerar a nadie. Nuestra comunidad, como grupo aglutinado a una ley, está siendo severamente desgastada por una infección.
No estamos preservados frente a él. Pero la pregunta sería qué estamos dispuestos a sacrificar para protegernos. En cuál paradoja caeremos.

Toda vida trae consigo su muerte, y toda política su necro política, Por eso es tan importante la adoptada en la cuestión de salvarnos, de lograr ser exonerados de este azote viral que se nos asemeja y nos refleja. Nos paraliza porque está hecho a imagen y semejanza nuestra. Nos puso a la par. Pero no respondemos por igual ante su estimulo. Y eso no es algo aceptable para casi ninguna casta política. Siempre buscamos peligrosamente uniformarnos para no ver la diferencia, que mostrar la excepción, aquello que no podemos controlar, lo único.
Queremos ser inmunes, pero la inmunidad es una construcción social colectiva que va a generar soberanía o exclusión, vida o muerte. ¿Estamos preparados?

Las epidemias son casualidades de la biología, ¿o son nuestras propias decisiones políticas materializadas en el corpus social? En la terrible pandemia que atravesamos, estamos cerrando fronteras, y la cuestión de patria grande que predicamos de la boca para afuera, se cae a pedazos ante un coronavirus que viene para mostrar quienes somos, cómo nos protegemos y que soberanía somos capaces de sostener.
Es muy probable que el virus ponga a la vista nuestra propia vocación de gestión, manifestada en la elección de nuestros líderes, y en las decisiones tomadas sobre las cuestiones biopolíticas y necro políticas subyacentes. Con toda esta situación en marcha. que nos define como una sociedad que se asemeja al virus que la amenaza, debemos hacernos cargo de ello, y también tenemos que ver quiénes somos, de acuerdo al accionar que adoptemos frente a la pandemia.

Estábamos atravesando ya, antes del virus, un cambio social y político tan radical como el que afectó a las sociedade que desarrollaron otras epidemias en el pasado. Hubo epidemia cuando se pasó de una sociedad oral a una sociedad escrita , por ejemplo, y hoy que nos hallamos en el tránsito de una sociedad firmada de puño y letra a una sociedad ciberoral, de una comunidad biológica a una digital, de una economía manufacturera a una economía inmaterial, con soluciones de control social que pasan por la prostética y lo mediático-cibernético, entonces ese cuerpo foucaultiano, el cuerpo y su subjetividad, ya no se regulan por lo formal, sino por las tecnologías de transmisión y de información que nos invaden. Esta biovigilancia nos atraviesa, nos vuelve volubles a un placer que podemos cuantificar. Más nos tecnoclasificamos y más sanos estamos, mejor nos controlan. Todo el tiempo y toda nuestra vida, física, comercial, de relación, hasta nuestra salud está en las redes. Somos móviles para ciber política. en Kentukis, de la autora Samanta Schweblin se refleja en una novela, un claro ejemplo de tal afirmación. Ver y ser vistos. Uno y el otro.

Nosotros, como el virus, estamos mutando, y hacia donde iremos con esta depredación comunitaria universal no lo sabemos. Pero vamos eligiendo nuestros muertos. La sociedad política lo hace, la biopolítica con su necro política. Veremos en breve, como entendemos después de esta crisis inmunológica mundial, el concepto de sociedad. Y donde estaremos parados, con qué fronteras culturales nos habremos quedado, ¿Achicaremos tanto nuestros límites que quedaremos encerrados en las líneas de un barbijo, o podremos tener una apertura nuevamente al mundo a pesar de sus riesgos?

La Covid-19 ha desplazado las políticas de la frontera. El cuerpo, el tuyo, el mío, es un nuevo eje de poder. La nueva frontera necropolítica es tu casa. Pero el límite real es tu cuerpo. Solo estás a salvo con vos. EL otro, cualquier otro, es enemigo. Pero resulta que todas estas celdas te van a llevar nuevamente a que el otro, sos vos. Y en ese universo unipersonal que te queda, ese en el que solo entrás vos y tu subjetividad, tal vez comiences a pensar en el otro. Y en que formas parte de una comunidad. A partir de allí, nuestra salud no provendrá jamás de la imposición de fronteras, sino de adquirir una nueva conciencia comunitaria que incluya el equilibrio del plantea.
De los nuevos pactos que como seres vivos podamos acordar, así, al fin de cuentas la política tendrá sentido y vendrá a transformar la sociedad, en algo más que un cierre de puertas. Es muy probable que el virus lo hayamos creado como sociedad, para obligarnos a un cambio necesario que nos devuelva la posibilidad de comunicarnos y comprendernos más allá de las redes. De persona a persona, tras una cuarentena reactiva como respuesta negativa al ataque, que de ninguna manera puede ser la solución, pero que, como toda crisis, puede encolumnar la sociedad planetaria hacía otro mundo, donde el corpus de la humanidad no necesite pandemias para evolucionar.

Diario de cuarentena

Día 20 de cuarentena. Ya pienso como presa. Y busco escape donde sea, ventana, patio, frente. La historia contemporánea nos juzgara como la generación que no pudo con los hijos ni con los entenados. Seguimos repitiendo errores en forma cíclica y los líderes del mundo son cada vez peores. Por supuesto no somos la excepción.

Tuve la idea de volverme atlética en esta cuarentena y hago hace unos días cien abdominales diarios, pesas y uno que otro salto a la soga. Todo para que la culpa no me ataque al comer galletas dulces mirando netflix y llorando con las mismas películas viejas que elijo una y otra vez.

Y sí, en el fondo todos somos un poco grasas y romanticursis, gordos pochocleros al fin. Me enoja mucho una sola cosa, ¿Por qué no me agarró esta puta cuarentena en el mar? Si dios sabes que amo el mar, que me puedo endeudar meses con tal de verlo, que soy feliz con su olor. ¿Sera que no hay Dios?

A pesar de estar bautizada, confirmada y re confirmada, me casé en pecado con un divorciado. Este debe ser mi castigo de fe. O tal vez sea porque no he confesado las mentiras dichas, o las puteadas que le he pegado al cielo ante las injusticias. O porque como me dicen en las redes, no soy fácil de convencer y no me gusta rendir mis pensamientos ante la masa crítica. Vaya uno a saber.

Les cuento que fuimos abandonados por nuestro hijo menor, que se amotinó en Doña Sofía para ser libre al sol con sus mascotas, así que la pareja se va a ver las caras sin intermediarios. ¡A la pelota! ¡Comenzó el partido!.

Diario de Cuarentena

2 de Abril, día para honrar héroes. Anónimos, muertos, muertos vivos, vivos. Compañeros de colegio, de facultad. Padres de familia, hijos. Chicos que fueron inmolados por la ambición y la mentira. Que tenían el orgullo de pertenecer, que sabían de soberanía más que aquellos que los enviaron a la guerra sin cuartel.

Sé que están orgullosos de esa lucha, que no pretenden olvidarla sino reflotar su espíritu. Porque el odio nos enceguece, pero el patriotismo es otra cosa. Es la puesta de sol en una tierra lejana pero nuestra, fusil en mano, temblando de frío pero con la frente altiva de quién hace honor a su bandera. La sociedad se olvida fácil de sus héroes. Piensa que con subir islas en celeste y blanco está libre de pecado. Pero nosotros los enviamos allí. Nuestras miserias. La falta de seriedad política. Y nosotros somos los que les debemos honor.

Honor en la calle, honrarlos con trabajo, con sentimientos patrióticos, con ayudas económicas, con privilegios que ellos sí merecen, a diferencia de tantos.

Sus cascos baleados sobre las tumbas lejanas, esperan algo más que palabras, algo más que miradas, algo más que silencios. Hasta hoy, como sociedad, no estuvimos a la altura de nuestros héroes, en este diario intento honrar a los que veo, a los que no volvieron , a los desconocidos y a cuerpo entero de los grupos de artilleros, marinos, y aviadores que pusieron por encima de sus sueños, el de toda una nación.

Diario de cuarentena

Paso de reir a llorar. Qué mundo hipócrita en el que vivimos. Donde lo fútil supera a diario lo verdadero. ¿Es así desde Cambalache y nos gusta como sociedad quejarnos y no cambiar? O en esta vorágine en la que nos metemos para invadirnos quedamos atrapados, moscas al fin, sin poder aletear.

La verdad es que hoy en particular, tengo un dia de m. Mayúscula. Porque cuando pienso, sin aturdirme con The Cure, o volverme sabia con Aznar, o estallar en el piano de Guerschberg, cada día de esta fucking cuarentena, se transforma en m. M de mamá muerta, M de mi hija no está en casa. M de mascotas insoportables. M de mi marido me vuelve loca. M de me quiero ir a pasar la cuarentena a Grecia. En fin, puedo seguir con las eme hasta la noche, pero los aburriría. Y si algo nos sobra es aburrimiento.

Los síntomas bien, ya no sé si son reales o importados de neurolandia, y varían sin causa aparente. La casa cada vez más difícil de dominar, y eso que limpiar no es un problema para mí. SIempre admiré el orden y la limpieza. Pero la cocina…

A ver, ¿estamos locas? Todo el día hablando de liberación femenina y ahora posteamos tortas, exquisiteces para la familia, manjares en casa. La felicidad de cocinar de la mayoría me parece otra M, y lo voy a dejar claro en este diario. No me gusta cocinar. Soy rubia y rulienta, pero no soy Maru Botana. Tenía una M al fin de cuentas. Hice un pastel de carne, sí, Lo disfruté: No.

Es lo peor de la cuarentena, porque además de tener olores indeseables en las manos, después tenés que lavar los utensillos y cacerolas. Y pasar agua con lavandina a la mesada, a la pileta, al cucharón y a todo lo que se te ocurra. ¿Y si nos bañamos con lavandina rebajada? En una de esas, usamos las cacerolas para algo más que hacer ruido y nos damos cuenta que la vida es algo más que ésto. Con M de Marilyn.

Diario de Cuarentena

Una docena de noches, o de días, en otro hemisferio. Una docena de razones para que me tome esta cerveza que ni siquiera me gusta y escriba. No quiero estar acá, entre mis propios olores, veinticuatro por siete. Me gusta codearme con lo diferente, gente diferente, pensamientos diversos, siento que en el intercambio con el otro, aprendo, crezco, soy.

Harta de las series y de cuestiones comunes para mí, como leer a diario autores maravillosos, les cuento que estoy leyendo a Betina González y a Kerouac, a Gabriela Cabezón Cámara y a Federico Andahazi. así de variado, junto a algo de Chéjov y Cheever. Lo comento con el afán de seguir mostrando que los opuestos me atraen. No me dan miedos las mezclas. Bueno, en ese hastío decidí publicar en mi muro de Facebook que no me gusta la cuarentena. A pesar del diario.

¡Mierda! parece que soy sacrílega. Recibí una catarata de consejos alucinantes. Me comentaron desde amigos que adoro a desconocidos que me importan un pito. Desde familia a enemigos. Los consejos que me dieron fueron variados. Que estudie, que me calle, que me quede en casa (si no puedo salir o me multan) que no critique al gobierno, que los capitalistas, que que que que.

En definitiva, el diario es mucho más saludable. SI no son anti capitalistas , anti patriarcado, anti todo, no se les ocurra opinar en esa plataforma. Desde un ángulo distinto, fue divertido pasar una hora leyendo cuestiones concienzudas que respondían a una pequeña interpelación. Y me hizo comprender por qué mi pareja ya no intenta cuestionarme. Gracias por la terapia.

En otro orden de cosas, hay más contagiados que ayer pero parece que vamos bien, otros dicen que nos vamos a contagiar todos hagamos lo que hagamos, y la garganta duele y ahora tengo resfriado. Le tomo la fiebre a todos y de paso también les tomo la presión. Estoy pensando en cobrar, porque como soy independiente pero tengo auto y casa, no califico para la ayuda estatal y no se cómo voy a vivir., pero a quien le importa.

Quiero dejar constancia que si no me agarra coronavirus, voy a hacer un juicio al estado por reclusión insalubre. Y ahora mientras apuro mi IPA, voy a preparar una torta de naranja lima.

Diario de Cuarentena

Faltan muchos más días que ayer. Porque nos van dosificando el encierro. Para que los idiotas no chillen. y hoy me desperté contestataria. Necesito gritarle al mundo que es hora de frenar la hipocresía. Dejar de hacernos los buenos para serlo. Aguantar el aliento para no contagiar. Eso nos proponen. Porque se jugaron nuestro destino en criar aplaudidores para sus mediocres proyectos.

Hoy no creo en nadie. No tengo ganas de ser amable con los políticos, ni los Licenciados en Sanidad que llenaron sus bolsillos todos estos años en vez de prever, ni creo que los médicos sean mártires. Ninguno de nosotros lo es. Basta de condescendencia barata. Acá estamos, asustados por un vibrión.

Mientras descargo en mi hombre la frustración que siento, me descubro hipócrita también. Porque he caído muchas veces en las vanas ilusiones de lo plástico, en esa liquidez del mundo que anuncia Bauman en libros lujosos.

Entonces, abro la heladera y lo cotidiano me hace volver a lo básico. El olor a leche y huevo duro. La posibilidad de alimentar a mis hijos. El sol en la cara, la brisa del mar. Al fin de cuentas, lo valioso en la efímera vida humana no se mide con dinero.

Diario de Cuarentena

Diez días con diez mañanas, diez tardes y diez noches. Exponenciales y largas. Diez miedos, diez soles, diez sueños y podría seguir como desquiciada entre física cuántica y la lógica cartesiana. Pero la realidad apunta a muchos calendarios más. Así que, mientras oigo a mi hijo aspirar su búnker me atornillo a la silla para contar en mi diario de cuarentena el cotidiano de una madre. Con sus bemoles.

Madre porque es como me gusta definirme, las madres damos origen, somos inicio, pero soy más que eso. Soy una mujer aburrida, interpelada por la realidad del mundo. Que siente que tiene más para aportar que lo que ha hecho. Pero después me miro otra vez y me digo: ¿qué carajo vas a cambiar vos? si a veces te cuesta en tu propio reino.

Y así transitamos este encierro voluntario e impuesto que tenemos. Para alguien que se considera libertaria, es muy terrible aceptar la falta de libertad. Morir como hamster o vivir con riesgos, sin dudas elijo el riesgo. Ahora si se trata de mis hijos…

Y ahí me toca la humana contradicción de una reina de corazones. Partida entre los ideales y el pánico en un momento histórico universal. Que la lleva desde la pura razón al trapo blanco contra la peste colgado en la puerta. Variada. Polifacética. Mujer. Eso soy, y así me quedo.

Diario de cuarentena

Día 8. Día gris. Una mosca gira sobre mí. la palmera está quieta, lo estoy. Inicialmente quieta cada mañana hasta que le pido a mi cuerpo que siga. Que ésa es la cuestión. Seguir hasta que cristo esté en la cruz. No importa si para vos ya vino o no al mundo, la corona nos acecha igual. Y vamos corriendo tras las horas para no perderlas.

Un silencio, que rompe la sirena de la ambulancia, habita la ciudad. Pero si escucho bien, también hay trinos, antes perdidos en el murmullo cotidiano. Y me imagino una escena de hace décadas, cuando no pululaban los autos y los micros, pero sonaban pájaros.

Así es la vida, toca lo que toca, por eso me levanto y empiezo a molestar. Que nadie ayuda, que estoy cansada de limpiar, que no soy sierva. Pero igual hago, con esa cuestión femenina de la queja sin acto y en un momento en que nadie me ve, me asomo al patio con los ojos en lágrimas. Las limpio y me acomodo la corona. Como cristo en la cruz.

Cristo en la cruz. Los pies tocan la tierra.
Los tres maderos son de igual altura.
Cristo no está en el medio. Es el tercero.
La negra barba pende sobre el pecho.
El rostro no es el rostro de las láminas.
Es áspero y judío. No lo veo
y seguiré buscándolo hasta el día
último de mis pasos por la tierra.
El hombre quebrantado sufre y calla.
La corona de espinas lo lastima.
No lo alcanza la befa de la plebe
que ha visto su agonía tantas veces.
La suya o la de otro. Da lo mismo.
Cristo en la cruz. Desordenadamente
piensa en el reino que tal vez lo espera,
piensa en una mujer que no fue suya.
No le está dado ver la teología,
la indescifrable Trinidad, los gnósticos,
las catedrales, la navaja de Occam,
la púrpura, la mitra, la liturgia,
la conversión de Guthrum por la espada,
la Inquisición, la sangre de los mártires,
las atroces Cruzadas, Juana de Arco,
el Vaticano que bendice ejércitos.
Sabe que no es un dios y que es un hombre
que muere con el día. No le importa.
Le importa el duro hierro de los clavos.
No es un romano. No es un griego. Gime.
Nos ha dejado espléndidas metáforas
y una doctrina del perdón que puede
anular el pasado. (Esa sentencia
la escribió un irlandés en una cárcel.)
El alma busca el fin, apresurada.
Ha oscurecido un poco. Ya se ha muerto.
Anda una mosca por la carne quieta.
¿De qué puede servirme que aquel hombre
haya sufrido, si yo sufro ahora?

J.L.Borges.

Diario de Cuarentena

Estamos en el quinto día de una cuarentena apocalíptica que nos hace pensar en todas las distopías filmadas y escritas en la última década. Pero no nos llamamos Jennifer ni tenemos esa atlética postura frente al mal. Además, este mal con ojos inclinados y dudosa procedencia, es invisible. Entonces hacemos lo que podemos. Y eso es poco. Y los médicos hacen lo que pueden. Y en Sudamérica es muy poco.

Las abuelas cosen barbijos que no sabemos si sirven, y en el día se nos van acumulando síntomas. A la mañana nos duele mucho la garganta, pero un artículo del diario dice que lo más comun es el dolor de cabeza, luego por supuesto pasamos la tarde con una jaqueca severa. Nos tomamos la fiebre varias veces al día y apagamos el televisor para volver a encenderlo unas veinte veces por día.

Los noticieros, es decir las veinticuatro horas de programación, nos muestran muertos y cajones en un travelling alocado por todo el universo. Y solo en el canal animal hablan del ébola. Pero algo grave sucede, porque está el planeta alineado para que nos muramos rápido. Por el virus o de miedo.

Personalmente creo que ya se terminaron las suscripciones Mensa y que son ellos, los genios del futuro, los elegidos, con un IQ terrible y la posibilidad de salvar el planeta. Los demás somos descarte. Conste que lo estoy escribiendo pos ataque de pánico. Ya me calmé y todo. Porque es difícil no pensar, si te olvidaste un rato suena el celular y es tu mamá que quiere vivir noventa años más y está preocupada en que vos le resuelvas todos sus mandados aunque te contagies, o tu amiga que sigue afilando la lengua aunque la vida le esté demostrando que no es cuestión de discurso, o vos misma te cuelgues buscando en google si cuando tragás y te duele es coronavirus. No te sientas solo en el mundo. Estamos todos igual. Atravesados por una certeza que es la siempre: vamos a morir.

Plaza Ferrocarriles Argentinos: Un sitio de encuentros

Los ferrocarriles son inherentes a la historia de nuestra ciudad, fueron motor de progreso y de crecimiento, pero también de desazón y fastidio. De partidas, de regresos, de amores desencontrados, y la Plaza Ferrocarriles Argentinos fue reflejando la historia en su seno.

En 1884, cuando el Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico llegó a Junín para instalar sus talleres un par de años más tarde, arribaron técnicos y directivos ingleses que comenzaron a radicarse en el pueblo, que en 1905 pasaría por la revolución que el ferrocarril trajo, a ser ciudad. En ese entonces, se inicia el Club Inglés, que estaba ubicado a menos de cien metros de la estación, donde hasta el 2012 funcionó el rectorado de la UNNOBA, que reunía a la colectividad sajona.

Frente al club, se situaban las canchas de tenis, que dieron origen a la plaza, en un principio llamada Británica. La plaza se halla, a su vez, frente a la estación ferroviaria en el barrio Pueblo Nuevo, y entre las calles Newbery, Sáenz Peña, General Paz y el pasaje La Porteña. Constituyó en su momento, un espacio organizador de las actividades ferroviarias, ya que en torno a ella se ubican los edificios de la estación, la casa del ingeniero seccional, el Club Social Ferroviario y el edificio Vías y Obras, Tráfico, y Sanidad.

Esta plaza se mantuvo sin cambios manifiestos por varias décadas, hasta que para el primer centenario de la llegada del ferrocarril a Junín (1984) se puso en valor y rebautizó como Plaza Ferrocarriles Argentinos. En 2011 fue reformada y se colocó la escultura El origen, obra de los arquitectos locales Salvador Roselli y Julio Lazcano, realizada con materiales íntegramente ferroviarios, mediante técnicas de ensamblado y soldadura.

Hoy la plaza sigue siendo sitio de encuentro, se realizan en ella festivales de música independiente, campeonatos de hip hop, el Mercado de la Estación y muchas otras actividades que involucran diferentes actores sociales.

Y entre artesanos, músicos, escultores o simplemente pasajeros en espera, se suelen oír las voces de los ingleses de antaño, que sentían orgullo por su hacer, por el aporte silencioso y eficiente que dejó huella histórica en la ciudad, reflejada en un recorrido que muestra esa obra. Si alguien se sienta en la plaza, y se queda en silencio, un raquetazo al olvido lo sacude y le cuenta que dos siglos atrás, hubo pioneros que trabajaron para forjar unión entre pueblos por medio del ferrocarril, lejos de cuestiones políticas, se encargaban de hacer funcionar las máquinas, los rieles, los silbatos, para que nuestros abuelos llegaran, de muchos países del mundo y en ese tren, lleno de ilusiones, arribaban a Junín para cohesionarse y formar el tramado social que hoy nos une. Para trabajar por un futuro que es presente y para que sus bisnietos toquen la viola en un recital sobre la antigua cancha de tenis, con la misma esperanza en el mañana que trajeron sentados en un vagón sus ancestros.

Junín es producto del Ferrocarril, y la plaza Ferrocarriles Argentinos lo refleja.

La autoficción en la literatura contemporánea y los límites entre ficción y realidad

Por Soledad Vignolo

Pensar la autoficción en el mundo presente, globalizado, poblado de relatos en donde la línea entre la vida personal y la narrativa se desvanece cada vez más, es un gran desafío, que también corre los límites del análisis porque la autoficción surge como una de las formas literarias más interesantes y desafiantes de la actualidad. El campo en el que se mueve es uno donde el autor, en un acto de abstracción, se constituye como protagonista y narrador de su historia, mientras trama una ficción que cuestiona la propia escritura y desdibuja el borde entre la realidad y la invención. La autoficción reta las convenciones narrativas tradicionales, y nos confronta con reveladoras reflexiones sobre la identidad, la memoria y la dependencia del escritor con su pasado.

La autoficción y el mundo literario
El concepto de autoficción, si bien en las últimas décadas se tornó protagónico, se remite a la historia misma de la literatura. Marcel Schwob, joven y simbólico, quien a inicios del siglo XX exploró la forma en que la historia personal se convierte en un estilo de narración artística o testimonial, anticipó, pese a su breve existencia, muchas de las cuestiones que hoy relacionamos con la autoficción. Pero fue en la segunda mitad de ese siglo, cuando el término autoficción empezó a tomar su significado actual, con escritores como Marguerite Duras (sus novelas, «El amante» y «Un dique contra el Pacífico», se pueden leer como relatos autobiográficos, pero siempre con la libertad narrativa propia de la ficción.), Annie Ernaux, Karl Ove Knausgård, Elena Ferrante, Eduardo Halfon, y el caso de los escritores latinoamericanos Roberto Bolaño, quien jugaba con los límites de la autoficción sin dejarse etiquetar y Juan José Saer, que negaba la autoficción pero, sin embargo, indagó con profunda persistencia, en las confesiones y autobiografías escritas en primera persona para reflejar la complejidad del ser y del relato.La autoficción como género se fortaleció con autores como Hervé Guibert, quien en libros como La mort propagande reveló un diario íntimo que entramaba elementos ficcionales, y por supuesto con el formidable trabajo de Emmanuel Carrère, considerado uno de los mayores exponentes de esta tendencia en la actualidad. En su libro La muerte de AC (2013), Carrère se inserta en los hechos, en su propia historia, y en la historia del protagonista, y establece una fusión que revela cómo la vida y la escritura se enlazan con fruición. En «El hermano pequeño» el autor narra: «Yo soy mi propia hipótesis, mi propia incógnita. Cada historia que cuento es también la historia de un yo que se construye y se deconstruye en la narración.»
Jorge Luis Borges abordó la idea de la autoficción con cautela. Aunque no desarrolló un concepto específico y elaborado de la autoficción como hoy la entendemos, sí expresó su interés por la relación entre el yo, la ficción y la conceptualización literaria del yo. Borges ponía en valor la idea de que toda escritura, de alguna forma, refleja al autor, a sus pensamientos, memorias y fantasías. Lo hizo al destacar cómo los autores usaban la ficción para examinar su propia identidad y experiencia, pero siempre sin enredarse con ella. Borges, en sus ensayos y ficciones, resaltaba el contorno borroso entre realidad y ficción, y sugería que toda creación es, de algún modo, autorreflexiva. Por ejemplo, en sus ensayos, Borges menciona que no hay discrepancia entre su vida y su obra, un juicio que lo vincula con las ideas próximas a la autoficción, aunque él nunca usó ese término ni la conceptualizó. Cuando Borges dice «Mi infancia fue la infancia del Universo», deja vislumbrar que mezclaba su historia personal con un sentido universal, casi una variedad propia de autoficción poética y filosófica.

La autoficción y la construcción de la identidad
Escribir autoficción puede verse como una construcción identitaria, un mero intento por entender quiénes somos por medio de la narración de nuestra historia. Señala la escritora y ensayista belga Émilie Frèche: «La autoficción es una forma moderna de narciso literario, un espejo en el que el autor intenta comprenderse a sí mismo.»
Este género revela que la frontera entre el yo y el otro es siempre permeable y cambiante. El escritor intenta comprender el porqué de su vida, de sus recuerdos, de sus decisiones, y en ese intento autorreflexiona, mientras crea un relato que, muchas veces, se acerca más a la verdad exaltada que a la verosimilitud y a la virtud literaria.
La autoficción establece una mirada de la memoria como un proceso activo y subjetivo. La escritora francesa Marie Darrieussecq afirma: «La memoria no es un archivo, sino una construcción, y en la autoficción el relato se convierte en una forma de reconstrucción de ese archivo personal, muchas veces distorsionado por el paso del tiempo.» Así, la autoficción dialoga con la subjetividad del narrador, con su percepción de los hechos y con su propia construcción del pasado. El pasado no es lo que era, sino lo que recordamos de él.
La narrativa del yo y la ficción: ¿verdad o mentira?

Uno de los aspectos más discutibles e interesantes de la autoficción es su carácter enigmático respecto a la verdad. La pregunta de si lo que se narra es real o una invención creativa —o ambas cosas— coteja cada obra. Ya decía Truman Capote: «La ficción es un acto de libertad. La verdad también, pero en otra medida.»
Ciertos autores, como Peter Handke, exploraron las fronteras de la subjetividad y la supuesta objetividad, arguyendo que toda narración lleva en sí un elemento de ficción: «Contar una historia es construir una realidad, aunque esa realidad sea pura ficción.»
El propio Emmanuel Carrère declara: «No creo en la verdad absoluta. Solo creo en la sinceridad del relato, en la honestidad del narrador ante su propia historia.» Desde este aspecto, la autoficción se convierte en un acto de sinceridad en el tiempo y el espacio de la escritura más que en una búsqueda de hechos verificables; es una zambullida dentro de la interioridad, una exhibición de las inseguridades, los secretos y las contradicciones del ser.

La autoría, el deseo y la vulnerabilidad
La autoficción puede transformarse en un acto de vulnerabilidad en el que el escritor, en la medida en que se quita la máscara, se abre a la compresión del otro y a la crítica. La escritura autoficcional nos propone pensar que no hay una verdad concluyente, sino variadas adaptaciones del mismo hecho, que manifiestan ánimos, perspectivas y deseos diversos.
En palabras de Margaret Atwood: «La autoficción nos permite desmoronar la máscara del narrador y mirar con honestidad la fragilidad y la complejidad de nuestro propio ser.» Es una autobiografía que no solo relata hechos, sino que explora las emociones, las dudas, los miedos y los anhelos que conformaron la vida del autor.
El deseo de la autoexploración pacta con la necesidad de crear un lazo con el lector, de compartir esa búsqueda existencial. La flaqueza que implica abrirse de tal manera, también puede ser un acto de resistencia ante las presiones de la sociedad o las máscaras que la cultura atribuye a los individuos, en la realidad de un hoy que se nos vuelve hostil y denigrante.
denigrante.

La autoficción en la literatura contemporánea
En los últimos años, la autoficción se ha afianzado en la escena literaria mundial, con obras que desafían las convenciones y ofrecen nuevos escenarios para entender la relación entre autor, narrador y personaje. La obra de Karl Ove Knausgård, por ejemplo, en su serie Min Kamp (Mi lucha), muestra cómo una vida habitual puede convertirse en una obra literaria colosal que discute la objetividad y la ficción, en una especie de diario desarrollado que refleja las nimiedades y los aires insondables de su existencia.
Svetlana Alexievich, en sus crónicas de voces establece una representación colectiva de la historia, basada en testimonios reales, en un formato que se asemeja a una autoficción de la memoria y del testimonio personal y colectivo, y crea un registro de época.
En la narrativa latinoamericana, autores como Roberto Bolaño desdoblan su obra con un estilo que combina la autoficción con simbolismos propios de la cultura popular, una escritura que es autorreferencial y que pone en discusión el concepto de realidad en tejidos sociales violentos, en la historia y en la memoria.

La autoficción y su impacto social
La autoficción pone en el tapete las verdades oficiales, las historias públicas de un país y del mundo, y crea un área de diálogo entre la experiencia individual y la historia colectiva. Cuando el autor relata su historia, ilumina el hecho concreto de que las verdades son relativas y que la historia puede fundarse desde múltiples miradas, por lo que la subjetividad constituye siempre un acto político.
John D’Agata, en su ensayo The Lost Origins of the Essay, señala: «El autoficticismo revela la fragilidad de cualquier narrativa oficial, ofreciendo una visión más auténtica y empática de la realidad.»
La autoficción puede transformarse en un acto de resistencia y de construcción de nuevas formas de comprender el mundo.

Conclusión: autoficción, espejo y futuro de la literatura
La autoficción es un espejo en el que el autor se revela en un acto de valentía que rompe las barreras entre el yo y el mundo. Nos invita a cuestionar la verdad y a aceptar la complejidad humana, en donde la memoria, la percepción y el anhelo se entrelazan en un texto que, aunque personal, refleja inquietudes universales.
Javier Marías, uno de los grandes autores contemporáneos resume: «Escribir sobre uno mismo es, quizás, un acto de amor y de odio a la vez, una forma de entender la propia fragilidad mientras la exponemos al juicio del lector.»
La literatura autoficcional se despliega, pese a sus detractores, y se convierte en un instrumento poderoso para mostrar la subjetividad, indagar la identidad y retar a las narrativas oficiales. Es una forma de contar la vida desde la honestidad, siendo solo la honestidad posible para ese autor y ese tiempo, la innovación y la voluntad de transmutar la experiencia personal en un acto creativo. Para que la autoficción se convierta en literatura, se necesita un recorrido trabajoso, porque hay un largo camino, sinuoso, comprometido a veces, pero con la seducción suficiente como para querer transitarlo. El tiempo, con su inexorable hacer, nos mostrará hacia donde nos lleva.

Qué beben los que no leen como yo

Llegó el primer libro de cuentos de Luis Mey, y vino con todo un mundo masculino y errante de doce cuentos. La búsqueda de Mey es siempre interesante, vincula, destrona mitos, genera nuevos, se mueve en la contradicción como nadie, y cuando elige la digresión, lo hace para recordarnos que nada es tan parecido a la realidad como los sueños. Amé las caricias a un perro de la infancia, los elefantes de opalina y los pequeños detalles que construyen el universo literario de un Mey fuera de su zona de confort.

Los personajes desorientados, aturdidos, son maravillosos y no solo se encuentran perdidos frente al amor, son viscerales sin ser tangueros, actuales sin caer en la idiotez, van por un borde atractivo que los vuelve irremediablemente humanos, hombres que estafan, hombres que desean, muchos que escriben, otros que son abandonados, padres lamentables, decadencia y verdad.

Luis Mey sabe de novelas, mucho, y parece que ahora dará cátedra en cuentos, porque a pesar de toda la tragedia cotidiana que nos muestra, estos doce cuentos nos hacen reir, y en la mitad de la carcajada nos damos cuenta que es de nosotros que nos reímos. Que ahí estamos reflejados, en esas vanidades, en esas bibliotecas, en los licores, las sombrillas, los amores, los miedos. Mey nos pone en evidencia.

No se lo pierdan, y si pueden, les recomiendo leerlo El domingo a la tarde, en la hora del día en que parece que la semana no será nada grave.

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Purirú

Que bocanada de aire fresco es leer a Mariano Quirós. El autor chaqueño escribe con la periferia protagonizando la acción. Es maravilloso que un libro nos vaya dejando como si. Como si el tiempo se dilatara, se borrase y las cuestiones de la vida quedaran colgadas en un suspenso que flota, río abajo, río arriba, reflejando los días del un pueblo que no necesita ser fantasma de nada, más que de sí. Y en ese humo que deja el Purirú en los lectores está la trama, prensada.

El protagonista baja al río y con su perra inician la historia, la perra es la Cambá, compañera de tanto como si fuera parte de su vida, y se enloquece persiguiendo unos patos como si fuera un animal joven. Las páginas nos corren entre los dedos, muchas páginas y lo que narra Quirós es esa carrera entre el río, los patos y la Cambá y uno queda ahí también, colgado, ahumado en la trama de la perra y la historia que con fiereza provinciana Mariano Quirós deja entrever, una hermana, muchos hombres, una madre, alcohol, desidia, decadencia, pero también ternura. La vida del interior profundo aparece y nada con la perra en ese río, nada con nosotros, nos porrea y nos deja esperando más.

La prosa es de excelencia, y sabe como gran novelista, como intercalar la historia, distribuirla, pero como además de prosa hay poesía en este título, tambien sabe cuando condensar la acción. Purirú es una hermosa obra, que nos cuenta una historia trágica, es como si pudiéramos alcanzar la belleza en el dolor, algo de purirú que nos cosquillee, que nos invada, que nos deje para siempre en la atmósfera que crea el autor, meciéndonos en un mundo brutal y atontado que está al borde, entre realismo y fantasía.

Todo es chato, menos la prosa, que nos cachetea y nos expande como si la siesta de pueblo nos permitiese, de una vez por todas, soñar. Grandioso Quirós.Único.

Traidores

Natalia Zito escribe Traidores y se lanza a múltiples miradas sobre el oficio, pero con una premisa clara escribir ficción implica un lugar de traición, porque inevitablemente tomamos, robamos de la vida diaria episodios que narramos en forma literaria. A partir de alli, Zito se florea durante todos los capítulos del libro, y nos hace coquetear con la posiblidad de escribir ficciones a partir de lo autobiografico. Y se pregunta: ¿Toda escritura es literatura? ¿Existe la autoficción?

Recibí el libro de manos de su autora y como nos suele ocurrir el material de lectura queda en espera, y cuánto lamento, como escritora, haber perdido un par de meses esta obra que es de consulta, de análisis, de una generosa construcción didáctica pero que además nos regala las citas más interesantes posibles para avalar la temática que aborda.

Pasemaos por páginas donde nos visitan Lispector, Proust, Barthes, Lydia Davis, Camus, Carriére, Kartun., Jaeggy, Lacan, Freud, Saer, Sartre, Wilde, y puedo seguir y seguir nombrando autores que implicaron investigación, porque están dispuestos con atino en cada etapa de Traidores, no hubo azar en las elecciones.

La autora reflexiona todo el tiempo sobre las complejas relaciones entre la vida y la literatura, la realidad y la ficción, y lo hace sin regodeos ni vueltas, con las cartas expuestas y con la experiencia al servicio de un texto que sin dudas será de consulta. Recomiendo a todos mis alumnos su lectura, a los lectores y a quienes desean aprender del oficio.

Les dejo mi cita favorita entre las del libro que pertenece a la autora Natalia Zito: “No hay manera de escribir en serio y salir ileso”.

En agosto nos vemos

En agosto nos vemos (Random House, 2024) es la novela inédita de Gabriel García Márquez (1927-2014), de la que se conocía su existencia por algunas publicaciones parciales y por la propia lectura del autor en. la Casa de América de Madrid durante un foro junto a José Saramago.

El diario El País de España publicó tras ese foro uno de y desde ahí en adelante la novela fue esperada. Antes se publicaron las memorias, Vivir para contarlo en 2002 y la gran novela que fue su última publicada en vida Memoria de mis putas tristes, en 2004. En 2010 : Yo no vengo a decir un discurso, que fue una recopilación exitosa. Nada se supo luego de García Márquez que vivió sus últimos años con privacidad y recogimiento familiar hasta su muerte en 2014. Lo no publicado quedaría en los archivos de la Universidad de Texas en Austin. Sobre la novela el autor dijo de ella: «Este libro no sirve. Hay que destruirlo» dicho por sus hijos Rodrigo y Gonzalo García Barcha en el prólogo. Uno de los motivos por los que no se publicó fue la senectud de Gabo y la fragilidad de sus facultades. Si debió publicarse o no, ya es un debate sin sentido, la realidad es que la novela es una obra que aporta a la literatura, con el inconfundible estilo del Premio Nobel colombiano, con la tibieza de su prosa que parece mecernos mientras la leemos y con su maravilloso y singular estilo. Tal vez no tiene el peso de Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera, pero es suya, es una historia entrañable donde la vida misma acontece un mes al año, mientras la libertad, que acecha en lo cotidiano, se vuelve protagonista, para que esta mujer de edad mediana se vuelva deseosa y vulnerable en brazos de hombres desconocidos. Una búsqueda exquisita que pone al Gabo tradicional a la cabeza de lo avant garde.

Para devorar en una tarde.

Bonsai

“La primera mentira que Julio le dijo a Emilia fue que había leído a Marcel Proust. No solía mentir sobre sus lecturas, pero aquella segunda noche, cuando ambos sabían que comenzaba algo, y que ese algo, durara lo que durara, iba a ser algo importante, aquella noche Julio impostó la voz y fingió intimidad, y dijo que sí, que había leído a Proust, a los diecisiete años, un verano, en Quintero. Ya nadie de la familia veraneaba ahí, ni siquiera los padres de Julio, que se habían conocido en la playa de El Durazno, iban a Quintero, un balneario bello pero ahora invadido por el lumpen, donde Julio, a los diecisiete, se consiguió la casa de sus abuelos para encerrarse a leer En busca del tiempo perdido. Era mentira, desde luego: había ido a Quintero aquel verano, y había leído mucho, pero a Jack Kerouac, a Heinrich Boll, a Vladimir Nabokov, a Truman Capote y a Enrique Lihn, no a Marcel Proust. Esa misma noche Emilia le mintió por primera vez a Julio, y la mentira fue, también, que había leído a Marcel Proust. En un comienzo se limitó a asentir: Yo también leí a Proust. Pero luego hubo una pausa larga de silencio, que no era un silencio incómodo sino expectante, de manera que Emilia tuvo que completar el relato: fue el año pasado, recién, me demoré unos cinco meses, andaba atareada, como sabes, con los ramos de la universidad. Pero me propuse leer los siete tomos y la verdad es que ésos fueron los meses más importantes de mi vida como lectora. Usó esa expresión: mi vida como lectora, dijo que aquéllos habían sido, sin duda, los meses más importantes de su vida como lectora.  En la historia de Emilia y Julio, en todo caso, hay más omisiones que mentiras, y menos omisiones que verdades, verdades de esas que se llaman absolutas y que suelen ser incómodas. Con el tiempo, que no fue mucho pero fue bastante, se confidenciaron sus menos públicos deseos y aspiraciones, sus sentimientos fuera de proporción, sus breves y exageradas vidas.  Julio le confió a Emilia asuntos que sólo debería haber conocido el psicólogo de Julio, y Emilia, a su vez, convirtió a Julio en una especie de cómplice retroactivo de cada una de las decisiones que había tomado a lo largo de su vida. Aquella vez, por ejemplo, cuando decidió que odiaba a su madre, a los catorce años: Julio la escuchó atentamente y opinó que sí, que Emilia, a los catorce años, había decidido bien, que no había otra decisión posible, que él habría hecho lo mismo, y, por cierto, que si entonces, a los catorce, hubieran estado juntos, de seguro que él la habría apoyado. La de Emilia y Julio fue una relación plagada de verdades, de revelaciones íntimas que constituyeron rápidamente una complicidad que ellos quisieron entender como definitiva. Ésta es, entonces, una historia liviana que se pone pesada. Ésta es la historia de dos estudiantes aficionados a la verdad, a dispersar frases que parecen verdaderas, a fumar cigarros eternos, y a encerrarse en la violenta complacencia de los que se creen mejores, más puros que el resto, que ese grupo inmenso y despreciable que se llama ´el resto´. Rápidamente aprendieron a leer lo mismo, a pensar parecido, y a disimular las diferencias. Muy pronto conformaron una vanidosa intimidad. Al menos por aquel tiempo, Julio y Emilia consiguieron fundirse en una especie de bulto. Fueron, en suma, felices. De eso no cabe duda”.

Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) ha publicado los libros de poesía Bahía inútil (1998) y Mudanza (2003), el inclasificable volumen Facsímil (2015) y las novelas Bonsái (2006), La vida privada de los árboles (2007), Formas de volver a casa (2011), Poeta chileno (2020), el libro de relatos Mis documentos (2013) y las recopilaciones de crónicas y ensayos No leer (2018) y Tema libre (2019). Sus novelas han sido traducidas a veinte idiomas y relatos suyos han aparecido en revistas como The New Yorker, Ther Paris Review, Granta, Tin House, Harper´s y McSweeney´s. Ha recibido, entre otras distinciones, el English Pen Award, por la edición inglesa de Formas de volver a casa, y el Premio Príncipe de Claus, en Holanda, por el conjunto de su obra. Actualmente, vive en la Ciudad de México. 

Bonsái, del escritor chileno Alejandro Zambra, publicada en 2006 es una novela que no voy a cansarme de recomendar. Precisa, mínima y grandiosa, tiene todo para ser una obra a la que recurrir cuando se necesite leer algo inspirador, bien construido, inquietante.

Julio, el protagonista de esta novela corta, con los años, se va concientizando de que es preferible quedarse encerrado en su habitación viendo crecer su bonsai que tratar de exitir en el mundo de la literatura. Toda la novela del autor chileno es sobrecogedora, nos deja en un hilo tibio entre lo terrible y lo cotidiano, pensando en la simulación vital que sostenemos para no morir: “Al final ella muere y él se queda solo varios años antes de la muerte de ella, de Emilia. Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y que él se llama, se llamaba y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura”.

El amor y la muerte, los grandes temas de la literatura, los que son sustancia y alimento, están en Bonsai, una novela joven, de jóvenes que se pierden en ideales precoces. Julio y Emilia pertenecen al ámbito universitario, pretenden ser lectores de Proust, y descubren que leer mejora su sexo por lo que antes del amor, leen, piensan, discuten y sienten. La prosa de Alejandro Zambra es tan categórica que nos deja boquiabiertos ante una historia sin dobleces y llena de profundidades. La historia de Julio y Emilia, parodia mordazmente las parejas literarias, y las reales, esta novela que hace honor a su nombre, y que nace con un hecho autobiográfico del autor (cuido un bonsai regalado por amigos) trata sobre el amor, pero lo pone en duda, lo cuestiona, lo vuelve necesariamente motor de cambio. Sino, ¿para qué?.

No esperen que les llegue su bonsai, compren la novela.

Arde corazón y otros relatos

«Había en esas habitaciones de hotel, ya suntuosas, ya sórdidas, algo a la vez magnífico y patético, como el reflejo exagerado de la vida. La aventura que nada detenía, el ardor del amor que ya no existe, el borrado de los rostros, un retiro continuo del mundo, una exquisita amargura. Ahora, en esta habitación del hotel de Almuñécar cuyo nombre casi había inventado, y que le estaba destinado desde el comienzo, rememoraba lo que había conocido, lo que había vivido. Lo que amaba por sobre todo era el zambullirse, al pie de las escaleras, pasada la esclusa, en el tumulto de las ciudades. Eran todas diferentes y sin embargo tan parecidas (el ruido de coches a caballo en Mérida, la multitud en Constantinopla, el rugido de Tokio). Para no perderse, disponía sobre las mesas los mismos libros abiertos. Cada día daba vuelta una página…” (Fragmento del relato “Hotel de la Soledad”)

Arde corazón compila siete relatos del Premio Nobel de Literatura Jean-Marie Gustave Le Clézio en los que narra historias de vida de mujeres, singulares, que él nos muestra como personas contradictorias que oscilan entre la delicada posibilidad del género y sus complejas versiones. Tienen distintas edades, pertenecen a diferentes épocas, lugares y clases sociales, pero en todos los casos sus vidas no son ordinarias y tienen el signo de la violencia, la despiadada aventura y hasta la heroicidad si es requerimiento para conmover dentro de la historia y lograr que esa mujer narrada se vuelva única.

En su novela Revoluciones (2003), Jean- Marie Gustave Le Clézio (Niza, 1940) sentencia; «Ser de aquí y de allá, pertenecer a varias historias», y las historias de Arde corazón y otros relatos responden con esa definición. Es un libro editado en el 2000 que viaja con sus personajes por Estados Unidos, la isla Mauricio, México, la Polinesia y nos hace vibrar con sus historias en tercera persona, de excelencia linguística y de consecuencias definidas, algunas de las cuales saben amargo. En estos mapas que recrea el autor siempre hay desazón, como si quisiera que entendamos que no ser de ninguna latitud es tan complicado como quedarse siempre en una. Los viajes y la infancia, como siempre en Le Clézio, evocados con su magistralidad, pertencen a este volúmen como a toda su obra desde los 70, el cuento que da título al libro, prácticamente una nouvelle, es la historia de una jueza francesa que rememora su niñez en Jacona, México, junto a su pequeña hermana Malva. Clemence, la protagonista recuerda «la calle de los tulipanes», ese pretérito ideal donde huérfanos y ricos jugaban a la par. Las hermana viajan siguiendo a los hombres de su madre, y mientras cambian, crecen, se alejan. Malva termina asilada con su bebé,ras ser objeto de trata. En la historia también se relata la vida de Ouarda, una joven prostituta marsellesa que le toco a una joven Clemence tratar como funcionaria, una joven vulnerada. La desolación, lo ajeno, lo injusto, aquello del orden del desasosiego es la verdadera trama, lo que nos quiere contar el autor. En «Kalima», por ejemplo, narrado en segunda persona y en prosa poética, nos obliga a vivir la muerte de una joven africana inmigrante en Marsella. Hay una búsqueda y una certeza, no es posible volver. Como le ocurre a Clémence cuando regresa a México pero ya no queda lo que recordaba: «Cada vez que Clémence contempla la foto puede sentir el calor de la calle, el sol del mediodía que quema la tierra polvorienta».

En «Hotel de la soledad» una moribunda espera la muerte en un cuarto de hotel, y es interpelada por sus propios recuerdos. En «Tesoro» un muchacho extraña las costumbres beduinas y siente que ya no hay valores y por eso su pueblo es tan decrépito. En «Viento del sur», en primera persona, la infancia vuelve de la mano de un hijo y su padre en el mar de Punaauia.

Jean-Marie Gustave Le Clézio nació en Niza, Francia, en 1940. A ocho años, se mudó con su madre y hermano a Nigeria, su padre era cirujano en las Fuerzas Armadas Británicas, allí se gestaron textos como Onitsha y El africano. Le Clézio publicó unos cincuenta libros.

Arde corazón y otros relatos son historias sobre mujeres. Ellas, como personajes activos o como motivación para el narrador, son las heroínas de sus historias llenas de bordes, de violencia de marginalidad, y tan endemoniadamente bien escritas, que con ellas sufrimos, nos aturdimos, extrañamos, padecemos y nos volvemos nostalgia, tiempo, anuncio, pero nunca, de ninguna manera, nos mantenem,os indiferentes.

No me cuentes que sos feliz

Reseña de Mirta Isabel Ramón, escritora, desde Villa Dolores, Córdoba

Una novela de lectura ágil, atrapante hasta un final inesperado que pensé mucho más, mucho
más cruel, aunque es cruel. La expresión que da el título a la obra, es la que te deja huellas para
toda la vida, te marca a fuego y se lleva grabada por el resto de la vida.

Sin palabras rebuscadas y totalmente contextualizada hasta en el más íntimo detalle de las décadas de nuestra niñez, adolescencia y adultez. Se vive, se siente, se sufre, se sueña y llena de añoranzas, hasta el punto de sentirse como lectora de esa generación, identificada.
La selección del nombre de la localidad, no pudo haber sido otro. Bondino es un vino que se
produce en San Rafael, Mendoza, de la selección La Colina de Oro, caracterizado por aromas que
recuerdan a pimientos rojos asados y frutos rojos maduros.

El rojo, el picante caracterizan }a la trama y la madurez, a la escritora.

Personalmente, paseé por Julio O. Campo, y obvio que el paseo sexual, la Circunvalación, el
periódico La Verdad, la plaza, la escuela, la panadería donde iba a comprar tortitas negras y
blancas. Vimos construir la Iglesia de Fátima y su barrio, justamente estuve caminando por allí,
este último viaje a mi ciudad. Nada mejor elegido que el nombre de la plaza Peláez. Peláez: el estudio de las presiones plantales. Cuantas presiones para la niña- adolescente protagonista de la historia.

El recuerdo de la noche que los milicos mataron al titiritero e iluminaron todo el barrio, papá escondiéndonos en la pieza en construcción del fondo, el silencio y la oscuridad final.

Tuve muñecas Piel Rose, pero solo sobrevivieron las Rayito de Sol. También guardo una camisa a
cuadros Wrangler, que suelo usar porque es calentita. El recuerdo de los besos, el vientre ardiente
y el temblequeo frente al gringo con aroma a Colbert. Las apretadas con Sting y el zarandeo con
los Rolling Stone. El Peugeot 504, con el que recorrimos Córdoba, 5 chicos, papá, mamá y hasta la
abuela. Existía la tía o el tío, que fumaba Benson, para demostrar que tenía más dinero, o no, solo
era un ave de rapiña, demostrando status.
Valiente la protagonista que soportó Apocalipsis Now y Halloween, yo no los soporté, y me fui
del cine. Eso marca la esencia. No las eligió al azar la autora.
La descripción del fondo de la laguna, espectacular, hundirse en el fango, para renacer.
Indispensable la guía Peuser para irse estudiar. La quemé hace unos meses. Secar cáscaras de
naranjas para el mate, una manía y particularidad regional, imposible de quitar. Nada de
desperdiciarlas para compost.
Nadie nos explicó que era esa efervescencia interna, solas debimos descubrirlas y acallarlas. Solo
cuando nos fuimos a estudiar la manifestamos en todo su esplendor, probamos una y otra vez,
creyendo ser redentoras de cuanto sexo masculino se cruzaba, cuanto más complicado más
atrayente. Y oscilamos entre los que estaba bien y mal, obvio que el sexo era el mal.

Buscamos redimirnos de los pecados en cuanta iglesia encontramos hasta que descubrimos que los curas
eran unos Hdp. Peores que nosotras.

Lili, me llevo a Lili, que vivía en Lebenshon entre Frías y Carlos Tejedor, solo que ella era Down,
terrible para esa época, era despreciada, marginada, golpeada, escuchaba la radio en el escalón de
la puerta de la casa. Solía sentarme con ella un rato hablar y contarle mis secretos, cuando iba a la
casa de la Tía María.
La descripción de la recepción de la promoción ochenta, la reviví, no la recordaba, estaba
borrada, solo conservo la foto.
Puedo seguir enumerando coincidencias, recuerdos, sucesos, sentimientos, pero invito a leerla y
redescubrirse, animarse hablar a calzón quitado del despertar sexual, en el seno de una familia
tradicional de los 70-80 , donde el hombre demostraba su amor, compromiso, ausente en el
“trabajo”, la mujer en la docencia y la careteada del que dirán. El lema “parecer”, no ser.
Amorosamente cruel, para rever historias y quitarse culpas.
Tuvimos más historias amorosas que la cola de los jubilados cuando vamos a cobrar, porque nos
resistimos a los cajeros.

Considero que da para una segunda parte. Diferentes, pero moldeadas en la misma esencia.

PD: Gracias Isa por la lectura, la minuciosa recopilación de hechos, la historia compartida y la que resta. Es raro que en mi página se reseñe mi libro, pero tu mirada valía la pena y como bien decís, no tenés redes.

Gente que habla dormida

Luciano Lamberti publicó varios libros de cuentos. Dos de ellos forman parte de Gente que habla dormidaEl asesino de chanchos (2010) y El loro que podía adivinar el futuro (2014) y se les agrega uno inédito: Pequeños robos a la luz de la luna. Leer un cuento de lamberti es ingresar a un universo construido por un autor que maneja todos los hilos, por lo tanto se da lujos, y nos regala detalles mínimos y a la vez nos deja librados al azar interpretativo. Resulta de particular interés su forma de narrar las conductas de sus personajes, fuera de la norma casi siempre, y lo hace con rispidez incesante, casi molestando al lector, pero luego el relato va tomando su propia velocidad, su verosimilitud y uno le encuentra los visos a las historias más delirantes.

En este libro, los relatos cortos que incluye Lamberti, se acercan al horror, a un horror terrible, que es el de la infancia, por ejemplo en Jers.

El cuento más intersante para mí es “La canción que cantábamos todos los días” basado en uno de los apuntes para relatos de Hawthorne: una familia tipo, de dos hijos, va a pasear al bosque; la nena se pierde un rato. Cuando regresa es ella misma en apariencia pero es otra, alguien desconocido. Eso le bastó a Lamberti para contruir su historia, generar tiempo y darle un cierre único que no pretendo spoilear. En “Pequeños robos a la luz de la luna”, la reescritura del poema de Nicanor Parra “La víbora”, nos cuenta una historia de una pareja temible y autodestructiva que es capaz de todo, y lo hace honrando al poema. Cada texto es un recorrido por rincones propios y ajenos que nos dejan pensando, sin aliento, agotados, a lo Lamberti.

Si bien hay un género que se acerca al terror, yo no lo colocaría con seguridad ahí, porque el autor recorre la vida, y la vida da miedo, no es raro que un joven caiga en cuestiones como droga, violencia, o desgracia, es vida. Y pasa en todos lados. Lamberti toma la realidad y la recrea con una pluma paciente y febril, con su propia forma de narrar, con algunos trucos del terror, como ruidos, o barrios oscuros, pero es lo cotidiano lo que prevalece. Lo que él conoce, a excepción de “El gran viento del desierto” que ocurre en Iowa.

Recomiendo con vehemencia este libro, que trae tres en uno, y cualquier otro libro de este gran autor.

Dominó

“Así es la vejez, pensé con los ojos cerrados. Un tiempo en que las horas se suceden como si tuvieran cuerpo porque les vemos la forma y sentimos el peso, su densidad y autoridad”

Tomás Ruiz es un jubilado municipal de La Paternal, un tipo común, de costumbres concretas, algunas manías y varios amigos con los que vivió la vida y juega al dominó. Es viudo, de clase media tradicional, de barrio. Como casi todos los de esa época tiene valores que sostiene y alguna que otra picardía. Una tarde, así comienza la historia, uno de los amigos no viene a jugar, y es el más puntual. El mejor de todos, el tipo honesto, cabal que sostiene la vara para el resto. Lo van a buscar y está muerto. Asesinado. Ruiz encuentra un sobre que esconde en su bolsillo y a partir de allí, toda la trama se dispara enhebrando suspenso con costumbrismo por igual. Buenos Aires es el escenario propicio para mostrar la corrupción, la ineficiencia policial y judicial, la ineptitud y por qué no la frecuente doble moral argentina.

Ante la situación vivida y el apriete del hijo del muerto, Ruiz se escapa a uruguay, tenía dólares, y se los lleva. Allí visita a un compañero municipal oriundo de la otra orilla y le expone lo que sucedió. Decide, por consejo de su amigo, volver para no despertar sospechas, porque en su casa, encuentran una mujer asesinada. La empleada de Ruiz, supuestamente en ocasión de robo.

Salem va y viene orondo por los dos géneros, como si le resultaran propios, La novela es de una cuidada construcción en tres etapas, siendo la última la que devela un final inesperada, que se sostiene con pequeñas pistas que aparecen a lo largo de la trama. La vejez, que aparece en estos amigos mostrando los diferentes matices que puede tener, también es la que provee experiencia para que los personajes actúen. Es interesante cómo el autor crea tensiones entre el lector y la obra, lo incomoda y hasta lo enoja.

Una novela ágil, con recursos ingleses y con buena elaboración. Para leerla y releerla.